Unas tras otras caen las “mentiras criminales” de la industria refresquera y de comida chatarra. Y el término “mentiras criminales” no es ninguna exageración ya que, durante decenios, han ocultado los daños que provoca el consumo de sus productos. Empezaron con el azúcar, por su muy alto carácter adictivo, siguieron con el sodio y las grasas, encontrando combinaciones que provocan grandes descargas de dopamina en el cerebro, descargas de la hormona llamada de “la recompensa o la felicidad”. Nunca trataron de poner en el mercado alimentos, han tratado solamente de comercializar productos que se vendan cada vez más. La adicción la refuerzan con una publicidad y mercadeo, radicalmente aspiracional, vincular el consumo del producto tanto al amor, la felicidad, la juventud (Coca-Cola), como a la aventura (Choco Krispis), incluso, a la rebeldía (Chester Cheetos).
La clave son los niños, las niñas, los adolescentes, capturar su gusto, su paladar. La invasión de sus productos en todo el entorno hizo que los personajes asociados a las marcas -desde el Tigre Toño, el Osito Bimbo, Ronald McDonald y el ejército de personajes de los productos de Nestlé, entre otros -sean más conocidos en las jóvenes generaciones que quienes forjaron nuestro país, los llamados “héroes de la Patria”, el resultado de la aculturación chatarra.
Todo inició con la invasión del azúcar en todos los productos que llegó al extremo de que varias generaciones dejaran de hidratarse con agua para hacerlo con bebidas extremadamente dulces. De hecho, el mayor éxito se dio con las bebidas que más azúcar incorporaron a tal grado que sin acidulantes y otros ingredientes no se podrían tomar. Mucha azúcar para generar la adicción en el cerebro e ingredientes para que se pueda ingerir ha sido la fórmula exitosa de Coca-Cola y demás bebidas similares. Y si se agrega cafeína, la adicción es mayor.
Serge Ahmed, experto en adicciones del Consejo Nacional de Investigación de Francia, ha demostrado en estudios clínicos con roedores que la azúcar es más adictiva que la cocaína, efecto también registrado en monos. Fenómeno que explica el efecto del azúcar cuando se administra a personas adictas en momentos críticos de abstinencia o, incluso, su uso para distraer o amortiguar el dolor en infantes.
La azúcar refinada logra concentraciones de carbohidratos que no encontramos en la naturaleza, por ejemplo, en las frutas, solamente en la miel. Sin embargo, ninguna cultura ha consumido miel como nosotros azúcar. La invasión del azúcar en los productos procesados y, especialmente, en las bebidas, ha generado severos daños en salud que empiezan con las caries dentales que se presentan ya en niños y en adolescentes perdiendo varias piezas. A tal grado es el fenómeno de la caries que se toma como algo natural.
En 1924, con los recortes de acceso al azúcar, Harven Emerson escribió: “El aumento y caída en el consumo de azúcar son seguidos con precisa regularidad…por aumentos y caídas en la cantidad de muertes por diabetes”. De acuerdo con el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos, entre 1960 y nuestros días la diabetes se ha incrementado en un 800 por ciento de manera similar a cuanto ha aumentado el consumo de azúcar.
Pero ¿cómo se zafan de su responsabilidad empresas como Coca-Cola, en un país como México donde el 70% del consumo de azúcar añadida en la dieta viene justamente de las bebidas azucaradas? Se zafan bajo el argumento de que la obesidad, la diabetes y todas las demás enfermedades asociadas son multifactoriales, que estas enfermedades son responsabilidad de las personas, que todo se debe a la falta de ejercicio. Y cuentan con una amplia complicidad tanto de los que repiten su dogma como de los que callan y se benefician con la relación que comparten con la corporación.
Frente a la evidencia abrumadora de los daños del azúcar en la salud de la población, su vínculo no sólo con el sobrepeso, la obesidad y la diabetes, sino también con las enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer, que ha llevado a gobiernos a imponer impuestos a las bebidas azucaradas, etiquetados de advertencia, a prohibir su publicidad a niños y niñas y sacar sus productos de las escuelas; la industria reformuló sus productos para quitar el azúcar sustituyéndola con edulcorantes no calóricos, presentándolos como una opción saludable que serviría para evitar el sobrepeso y la obesidad, no obstante, son desencadenantes de muchas enfermedades y muertes.
Por todo el mundo, la industria difundió esta idea de los beneficios de los edulcorantes no calóricos, tanto como en el pasado negó la responsabilidad del azúcar en el sobrepeso, la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. En México podemos presentar una larga lista de académicos, sociedades profesionales de salud, instituciones y medios de comunicación que cantaron al unísono los beneficios de estos compuestos acallando y descalificando cualquier crítica.
La Organización Mundial de la Salud acaba de publicar nuevas guías sobre endulzantes diferentes a los azúcares recomendando que no deben usarse para el control del peso o reducir el riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles como lo son, entre otras, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y varios tipos de cáncer. Las recomendaciones realizadas por la OMS surgen de un largo proceso de análisis y consultas internacionales de grupos de expertos revisando la evidencia científica. En estas recomendaciones se sugiere que “pueden existir resultados potenciales indeseables por el uso prolongado de estos edulcorantes como el aumento de riesgo de diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y mortalidad en adultos”.
Deformados los gustos de la mayor parte de la población mundial a alimentos y bebidas con alto dulzor, llevó a las corporaciones a sustituir el azúcar con compuestos, la mayor parte químicos, con un dulzor incluso mayor. El gusto por lo dulce puede considerarse una de las características más determinantes de los malos hábitos alimentarios creados por la invasión de los ultraprocesados, la chatarra y las bebidas endulzadas.
Hace más de 12 años, investigadores mexicanos e invitados extranjeros, dieron las bases para la elaboración de la Jarra del Bien Beber que sería complementaria al Plato del Bien Comer. Ahí se recomendaba cero consumo de bebidas azucaradas y se advertía de la no conveniencia de las bebidas con edulcorantes no calóricos. La presión de la industria, a través de investigadores e instituciones, como Funsalud, encabezaron la crítica a estas recomendaciones y la Jarra del Bien Beber quedó guardada, sobrevivió en algunos libros de texto.
Es larga la lista de académicos y asociaciones, como la propia Federación Mexicana de Diabetes, que recibieron apoyo de Coca-Cola, uno de sus directivos pasó a trabajar en la empresa, y que ahora son financiadas por la industria de los edulcorantes. Ahí están las instituciones viejas y nuevas en la región de Nuevo León que buscan posicionarse para controlar la política frente a la obesidad callando el daño de estos productos, callando el ambiente alimentario que han generado, callando todo aquello que a las corporaciones que les financian puede molestar. Sin embargo, lo que callan, al callarlo, habla a gritos.
La OMS explica: “La gente necesita considerar otra manera para reducir el consumo de azúcar, como consumir alimentos con azucares naturales, como la fruta, o alimentos y bebidas no endulzados… Los endulzantes que no son azúcar no son factores esenciales de la dieta y no tienen valor nutricional. La gente debe reducir el dulzor en toda la dieta, empezando muy temprano en la vida, para mejorar la salud”.
La industria de los endulzantes ya salió a declarar que la OMS a través de sus recomendaciones sobre el uso de edulcorantes que no son azúcares está poniendo en riesgo los esfuerzos globales para enfrentar el aumento de las enfermedades no transmisibles.
Estos productos solamente deben ser recomendables para personas con diabetes y bajo control médico, como respondió el director de la OMS Tedros Adhanom.
Alejandro Calvillo
Sociólogo con estudios en filosofía (Universidad de Barcelona) y en medio ambiente y desarrollo sustentable (El Colegio de México). Director de El Poder del Consumidor. Formó parte del grupo fundador de Greenpeace México donde laboró en total 12 años, cinco como director ejecutivo, trabajando temas de contaminación atmosférica y cambio climático. Es miembro de la Comisión de Obesidad de la revista The Lancet. Forma parte del consejo editorial de World Obesity organo de la World Publich Health Nutrition Association. Reconocido por la organización internacional Ashoka como emprendedor social. Ha sido invitado a colaborar con la Organización Panamericana de la Salud dentro del grupo de expertos para la regulación de la publicidad de alimentos y bebidas dirigida a la infancia. Ha participado como ponente en conferencias organizadas por los ministerios de salud de Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Chile, así como por el Congreso de Perú. el foro Internacional EAT, la Obesity Society, entre otros.