Los ciudadanos mexicanos en los momentos estelares de la transición a la democracia representativa han tenido que resolver diversos dilemas que se le han presentado en los sucesivos procesos electorales.
En el 2000, por ejemplo, no fue una elección más para renovar los poderes Ejecutivo y Legislativo, era un referéndum entre la continuación de un PRI manchado de sangre y la alternancia democrática, los ciudadanos en aquella ocasión resolvieron a favor de la alternancia por la derecha partidaria; en el 2012, el referéndum fue entre continuidad panista y segunda alternancia, las mayorías resolvieron a favor de la consolidación democrática a través del restablecimiento priista.
Y en 2018, el dilema fue entre la continuación del “corrupto PRIAN” y el “cambio verdadero” por la izquierda, el electorado resolvió ampliamente por el viraje hacia la izquierda obradorista y la pregunta que hoy varios analistas, perspicaces, se empiezan hacer es lo que estará en juego en 2024 más allá de los cargos de representación política y algunos, ya adelantan, que será un referéndum entre democracia y autocracia.
El fondo de este argumento es que el llamado Gobierno de la 4T, a diferencia de los inmediatamente anteriores, no ha resuelto los problemas políticos vía los pactos legislativos que ampliaron los espacios de participación democrática, sino lo está haciendo por la vía autoritaria.
La elite gobernante -mejor decir AMLO- está empeñada en un ideario de cambio de régimen que ha pretendido transformar, cuando no desaparecer o inhabilitar, las instituciones de nuestra democracia (INE, TEPJF, INAI) y en el caso más extremo, socavar por medios no legítimos a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y, por cierto, no hay que perder de vista al “nuevo INE” que tiene problemas en el momento de construir acuerdos para nombrar a vocales y directores ejecutivos.
En esta estrategia de cambio de régimen que se impulsa desde Palacio Nacional y más, exactamente, que promueve activamente el Presidente López Obrador con todos los recursos a su alcance, se ha polarizado la sociedad a tal grado que ya se podría hablar de dos bloques en la sociedad mexicana y que habrá de expresarse -como sucedió en las elecciones concurrentes de 2021- en los comicios estatales próximos y, sobre todo, en los generales de 2024.
Ya en 2021, en esta hipótesis, se manifestó en alguna forma el referéndum entre democracia y autoritarismo, y los resultados distan de lo ocurrido en las elecciones federales de 2018, Morena y sus aliados perdieron ocho millones de votos y la oposición perdió dos, aunque, si sumamos a ésta los votos obtenidos por MC, la oposición toda tuvo un millón de votos más.
Ahora bien, si incluimos como elemento de análisis lo ocurrido en las consultas ciudadanas para “juzgar a los expresidentes del periodo neoliberal”, el obradorismo sólo logró movilizar ocho millones de los 94 registrados en la lista nominal, y en el caso, de la consulta de Revocación de Mandato, participaron 18 millones, de los cuales 14 votaron a favor contra cuatro porque el Presidente dejara el cargo.
La tendencia de estos votos diferentes demuestra que no le favorece a Morena para alcanzar el llamado Plan C que es el de una victoria amplia en las urnas. Y la antesala del 2024 son los comicios del Estado de México y Coahuila, donde las encuestas ya indican que Morena ganará el primer estado mientras pierde ampliamente el segundo, sin embargo, habrá que ver el margen de victoria especialmente en el Estado de México, donde están llamados a las urnas más de 12 millones de ciudadanos, si la contienda termina cerrándose será un indicador de cómo están los ánimos en la zona metropolitana, donde hay que recordar la oposición ganó en 2021 la mitad de las alcaldías de la Ciudad de México.
Entonces, volviendo al argumento del referéndum entre democracia y autocracia, no es una hipótesis falsa, sino anclada electoralmente y en la medida que se radicalice el discurso presidencial, secundado por acciones violentas como las del pasado fin semana, donde Cuitláhuac García, el gobernador de Veracruz, encabezó una concentración mortuoria frente a la sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para que a millones de mexicanos quedara claro lo que está y estará en juego en el fondo en los comicios del Estado de México y en Coahuila, y sobre todo, en las elecciones de 2024.
Los símbolos pesan en el imaginario colectivo. Y más aquellos asociados al fuego y a la muerte, como lo describe Elías Canneti en su obra cumbre Masa y Poder (Mondadori) porque estas referencias provocan unidad hacia dentro e intimidación hacia afuera, lo que lleva a suponer que la parte mortuoria, con sus ataúdes negros, y la parafernalia de las imágenes de la presidenta de la Corte y los nombres de los ministros no fue una ocurrencia del nervioso Gobernador veracruzano, sino parte de un plan in crescendo para minar la credibilidad del principal, contrapeso a la voluntad del Presidente.
Ahí quedan esas imágenes duras para la historia como antecedente del próximo referéndum que deberá resolverse en las urnas en 2024, cuando los mexicanos salgan a votar para resolver el diferendo. La primera aduana para Morena y sus aliados será salir unidos en la contienda interna por la candidatura presidencial que enfrenta el reto de que no haya ruptura entre las “corcholatas” y el PT, no postule a Gerardo Fernández Noroña y el PVEM a Manuel Velazco, y quien sea el candidato o candidata oficialista, deberá moderar su discurso con el claro objetivo de atraer a los ciudadanos desencantados de la clase media.
Claro, para ver la película completa, hay que ver si la oposición PAN-PRI-PRD se mantiene unida y si logra de último momento convencer al partido Movimiento Ciudadano, que, de acuerdo con los resultados de 2021, hizo la diferencia de la alianza hegemonizada por Morena, lo que se ve difícil luego de la expresión de esta semana: “Con el PRI, ni a la esquina”.
En definitiva, el referéndum democracia versus autocracia, está en unas preliminares cargadas de declaraciones y actos intimidantes que han de multiplicarse al menos de aquí a la definición del candidato presidencial oficialista y la pregunta, es si el discurso de ese candidato o candidata estará en simetría con el de un Presidente rupturista del orden institucional.
Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.