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El test de Lorenzo y el acto de Dante

Como calculo que, en los once años que Lorenzo Córdova ha estado en el órgano electoral llamado a veces IFE, otras INE, le hemos pagado, sólo en salarios, unos 25 millones de pesos, no compré su libro. Pero sí leí con sorpresa el avance que la editorial lanzó a los medios de comunicación para promoverlo. Antes de compartirles mi desconcierto, empiezo por la portada del libro que es una fotografía que reivindica como propia la marcha convocada por Claudio X. González, aquella del “INE no se toca” a la que acudieron quienes aplauden el término “pata rajada”, y que protestaron junto a Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo, y Vicente Fox. Aquella marcha, como el libro de Lorenzo, se sostienen en mentiras. Así de simple. Una, se convocó sobre la base de que el órgano electoral iba a desaparecer cuando, en realidad, se le ampliaban sus facultades a las consultas populares, plebiscitos, referendos, iniciativas ciudadanas. El otro, el libro, sería un chascarrillo, si no estuviera firmado por el casi exconsejero presidente.

Digo que me sorprendió porque, en el avance para promoverlo, la editorial anexó un test que se llama “¿Cómo saber si mi presidente es populista?” A continuación, les leo las preguntas:

“En sus declaraciones públicas, ¿suele arremeter contra cualquier grupo que no piense como él?

“¿Dice que no rinde cuentas porque él y su gobierno se autodenominan honestos?

“¿Pretende que sólo él habla a nombre del pueblo bueno y los demás representan a las élites corruptas y privilegiadas?

“¿Dice que todo lo que está mal en el país se debe a lo que hicieron otros gobiernos, sin asumir su responsabilidad respecto de los problemas de la gente, como inseguridad, pobreza, mal desempeño económico, y las consecuencias de la pandemia del COVID-19?

“Si la mayoría de tus respuestas son A, muy probablemente tu presidente sea un populista.

“El populista —continúa el texto de Lorenzo Córdova— suele ser un líder que llegó al poder gracias a las reglas del juego democrático, pero que, una vez en el gobierno, busca destruir la democracia y los contrapesos de poder.

“El populista cree que sólo existen él y un pueblo virtuoso porque lo apoya, y que todos los demás sobran o estorban: los otros poderes, los medios de comunicación independientes, los órganos autónomos, las organizaciones de la sociedad civil, los opositores.

“El populista atenta contra los principios y las normas de la democracia: no quiere que haya pluralidad, no tolera la disidencia, no soporta que haya poderes que le digan: «No, señor. Eso no se puede, eso es ilegal», no entiende que, como gobernante, debe sujetarse a las leyes y que estas no son plastilina que moldea a su antojo”.

Hasta aquí, el test del libro del consejero presidente electoral. Como se sabe, llamarle “populista” a alguien es una ofensa porque el término carece de una definición conceptual. Engloba desde los movimientos campesinos rusos del siglo XIX, el peronismo argentino, el cardenismo mexicano, el New Deal de Roosevelt, hasta Donald Trump y Jair Bolsonaro, pero también al Estado de Bienestar, el sindicalismo, y la democracia participativa. Es nada y es todo. Cuando el consejero Córdova sostiene sin decirlo que López Obrador es “populista”, lo que hace es insultarlo con un mote indefinido. Es como si dijera que es “histérico”, esa etiqueta que se usó contra las mujeres a inicios del siglo XX, y que se definía como: “Estado de intensa excitación nerviosa, provocado por una circunstancia o una situación anómala, que hace que la persona que lo padece muestre sus actitudes afectivas llorando o gritando”. Es decir, gritar cuando algo es extraño para ti. Es decir, todo y nada. Como el “populismo”.

Pero acompáñenme al test del doctor Córdova. Es increíble que vea como “destrucción de los contrapesos” al presidente al que más iniciativas le ha rechazado en el Congreso de la Unión y que convive con unos jueces que aceptan amparos en contra del interés nacional. No sólo el legislativo y el judicial no son controlados por el Presidente, si no que van permanentemente en su contra. Se le olvida al ciudadano consejero que la propia reforma constitucional en materia electoral fue rechazada por los diputados de oposición y, así, el INE mantuvo sus fideicomisos ilegales que atestoran 542 mil millones de pesos. Se le olvida que es un amparo que le dio el poder judicial el que le permite ganar más que el del Presidente de la República. Se le olvida, en fin, que fueron los partidos de la “moratoria legislativa” los que le impidieron al país autodeterminarse en materia eléctrica. Y que, por eso, los ciudadanos los llamamos “traidores”, por ir contra el interés nacional y en beneficio de las compañías extranjeras, como Iberdrola. El siguiente punto del consejero es meterse a la mente del Presidente como si fuera posible y atribuirle el pensamiento de que él “cree” sólo “existe él y el pueblo virtuoso que lo apoya”. Se le olvida, y eso que su instituto contó los votos, que el Presidente ganó la elección de 2018 con el oficial 53 por ciento, 30 millones de sufragios efectivos; que obtuvo el 90 por ciento para que continuara con su mandato —un ejercicio al que el INE se opuso instalando sólo un tercio de las casillas— y que tiene una aprobación en la gestión de su gobierno de casi 70 por ciento. El consejero electoral confunde aprobación con soledad. “Quiere que no haya pluralidad y no tolera la disidencia”, sentencia por último el consejero. De nuevo hay aquí una enorme confusión entre replicar a las mentiras de los medios de comunicación y censurar la crítica. Para que haya censura debe existir un aparato de coerción que elimine la crítica. No puede ser hablada. Debe consistir en eliminar medios, conductores, confiscarles el papel en que se imprimen, la frecuencia por la que transmiten, someterlos a sanciones económicas. Lo demás es la libertad de expresión que todos tenemos garantizada, y que el Presidente no pierde cuando es electo. Lo que sí es censura es lo que ha hecho el órgano electoral que todavía preside el consejero: las multas y requerimientos a 200 usuarios de redes sociales por promover la consurlta del juicio a los expresidentes y la revocación de mandato. Arbitrariedad que motivó que la propia Comisión Nacional de Derechos Humanos le hiciera un extrañamiento al INE, así como al tribunal. Ahí sí hubo coerción. No fue nada más una réplica en una conferencia de prensa.

Las últimas tres mentiras del libro en cuestión son: que el Presidente no rinde cuentas; que gobierna sólo para sus votantes; y que le echa la culpa de todo a los regímenes de Peña, Calderón, Fox, Zedillo, Salinas, es decir al saqueo y corrupción neoliberales. Es fácil responder estas mentiras: la rendición de cuentas se hace cada mañana y en los informes a la nación; no han dejado de existir los organismos que auditan el gasto público, como la Auditoría Superior de la Federación de la Cámara, la Secretaría de la Función Pública, y la Fiscalía Anti-corrupción de la autónoma FGR. El que haya llegado a la Presidencia de la República bajo el lema: “Por el bien de todos, primero los pobres”, desarticula la mentira de que considera a los demás sectores como privilegiados o corruptos. Es una nueva confusión entre gobernar de acuerdo a los compromisos de campaña y señalar a los que se han enriquecido de manera ilegítima por sus relaciones con los servidores públicos o contratistas extranjeros, como es el caso de Odebretch cuyos recursos para el PRI de Peña Nieto le pasaron de noche al INE. Y, por último, la referencia al pasado neoliberal es precisamente porque todo el arreglo institucional para delinquir debe ser desmontado. No es que, como quiere el autor, Salinas o Calderón “ya se fueron”, sino que dejaron el salinismo y el calderonismo incrustado en reglamentos, disposiciones legales, burocracias enteras que siguen delinquiendo. Por lo menos, habría que señalarlas. Asegura el test de Lorenzo que la inseguridad, la economía y el manejo de la pandemia estuvieron mal. Es su opinión, pero ninguna de ellas se sostiene con los datos de la baja de la criminalidad, inflación, y número de vacunas aplicadas.

Permítame ahora irme del test de Lorenzo a la reunión de Dante. En simultáneo a la pre-campaña de Lorenzo, se dio una reunión innecesaria el pasado 30 de enero en el WTC de la Ciudad de México. Digo que era ocioso reunirse con los que ya están reunidos: los exrectores priistas, José Narro Robles y Francisco Barnés de Castro con los burócratas del Partido del Movimiento Ciudadano, Dante Delgado y Patricia Mercado. Con un nuevo membrete que ya, de por sí, se repite en Va por México, [email protected], y Sociedad Civil, AC. La nota fue que se reunirían en él, Cuauhtémoc Cárdenas y Francisco Labastida, es decir, dos antiguos adversarios. Después, ante la ola de críticas que le significó a Cárdenas darle la mano a quien cometió un fraude con recursos de Pemex durante la campaña que los enfrentó en el año 2000, éste no se presentó al acto. No llegó. Al día siguiente sacó un comunicado donde dice que siempre no. Pero traigo este innecesario acto a colación porque me parece que sustenta la misma selección de mentiras contra el régimen obradorista que el test de Lorenzo.

Dígame si no. Le leo dos párrafos de su carta de motivos para reunirse:

“Hoy vivimos en México un Estado omiso en el cumplimiento de sus obligaciones, que concentra el poder con autoritarismo y discrecionalidad, que se militariza, que destruye instituciones; con una democracia bajo acecho y con grandes ineficiencias”, se expone en el documento que circuló un día antes.

“Hoy falta gobernabilidad” —siguen los exrectores priistas y los funcionarios del Partido de Dante Delgado, “tenemos un gobierno que no es responsable ni plural, que no ofrece certidumbre, y sin autonomía ni independencia judicial total y con un Poder Legislativo en gran parte sometido y abyecto. Las políticas de inversión y las cuentas públicas, así como los programas de gobierno, son un desastre”.

Otra vez este documento repite dos mentiras: una, que vivimos en el autoritarismo al que le agregan el término “militarización”, y que la economía es un “desastre”. Cuando se dice “militarización” es igual que cuando se dice “populismo” o “histeria”, es todo y nada. Se protesta contra ella cuando la institución que forma parte del gobierno, SEDENA y Guardia Nacional, actúan en labores de vigilancia en aduanas, fronteras, y aeropuertos. Cuando se dice “militarización” no hay niguna alternativa porque, ¿a poco usted pondrían a las policías estatales o muncipales a vigilar? La otra idea es que la economía es un desastre, cuando el PIB creció este año, el año de la post-pandemia, 3 por ciento, el peso es una de las monedas más fuertes en el mundo, el salario mínimo ha aumentado 30 por ciento en términos reales. Son datos de un organismo autónomo: el INEGI.

Al final, tanto el test de Lorenzo como el acto de Dante, señalan una vez más cuál será la táctica rumbo a la elección presidencial de 2024: decir que luchan contra una dictadura sin dictador y que con ellos el “desastre” económico se podría componer. Quizás por eso su insistencia en que no hablemos de los gobiernos del pasado, como el de Salinas que acabó con la mitad de los gobernadores designados por su dedo presidencial o Zedillo que exterminó a la Suprema Corte al cambiarla de un plumazo. O del Fobaproa. O de la militarización de García Luna durante el gobierno de Felipe Calderón. Lo que podemos preveer es que se seguirán por ahí: inventar un país en el que nadie vive, para evitar, a toda costa, auto criticarse, hacer una valoración, precisamente, de la responsabilidad que tuvieron en el desastre que fue nuestro pasado.

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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