Durante el lunes 24 y martes 25 de abril, los dos primeros días que el secretario de gobernación Adán Augusto López encabezó, a saber por instrucción presidencial, las conferencias matutinas desde Palacio Nacional, la audiencia en redes sociales de ese ejercicio oficial de comunicación disminuyó considerablemente. En distintos momentos, los reunidos virtuales para escuchar la diatriba oficialista no sumaron ni 700 escuchas.
Es claro que a las legiones de lopezobradoristas les interesa el líder y no los colaboradores, y la premisa no es gratuita: el presidente López Obrador construyó un movimiento político que gira exclusivamente en torno a él. Desde el momento en que decidió abandonar el Partido de la Revolución Democrática, y solo, fundar lo que primero fue Movimiento de Regeneración Nacional, y ya como partido se convirtió en Morena. Él, el fundador; él, el líder; él, el dirigente; él, el candidato; él, el presidente.
A partir del último y tercer contagio de la Covid19, dicho por lo menos oficialmente, nada se supo del presidente desde la mañana del domingo 23 de abril. Dueño, autor y guía de la narrativa oficial, la ausencia intelectual y física del mandatario generó un caos informativo desde la presidencia de la República. Ante la falta de información oficial, la extraoficial comenzó por dar cuenta de un desvanecimiento y un posterior traslado a instalaciones médicas. La información oficial, sin el pensamiento de AMLO, fue errática.
Primero, lo negaron de manera oficial y después, en voz virtual del presidente, lo confirmaron por redes sociales: sí se suspendió la gira que realizaba en Yucatán, sí fue por cuestiones médicas, no a raíz de un mal cardiaco.
La ausencia física e intelectual del presidente López Obrador, confirmada al no emitir posicionamientos oficiales y públicos respecto los males, o los síntomas del coronavirus en la humanidad del mandatario, ni la aparición de un vídeo de él mismo informando (como suele y gusta hacerlo), desataron una andanada de teorías conspiratorias increíbles, inverosímiles, ridículas y al borde de la carroñería política, sin que voces oficiales establecieran una estrategia comunicativa para acallarlas durante el transcurso del domingo 23 de abril. Nada se dijo. Punto.
No se tuvo información de viva voz de alguien cercano al presidente, hasta 24 horas después de la última ocasión que alguien vio a López Obrador, cuando el secretario de gobernación dijo, asumiendo que su palabra es confiable y de roble, que el líder morenista se encontraba bien, estable, con síntomas de la Covid19 y que en dos o tres días estaría de regreso. Al tiempo, el lunes 23 de abril, seguía sin conocerse el parte médico.
24 horas después, el martes 25 de abril, también en la conferencia matutina desde Palacio Nacional, con menos de 800 escuchas en redes sociales, el secretario de Salud repitió lo redactado en el tuit del domingo 23, que fue lo dicho por el secretario de gobernación el lunes 24: el presidente estaba bien, estable, con síntomas de coronavirus como fiebre y cansancio, su corazón estaba bien, y sería dado de alta en unos tres o cuatro días.
El mismo 25, la esposa del presidente finalmente tuvo una aparición pública, después que no se supiera de ella desde el domingo 23, cuando coincidió el padecimiento de su esposo con el cumpleaños de su hijo menor. Beatriz Gutiérrez Müller, de gira con el tema de la lectura, apareció con una actitud de desenfado, para fortalecer la postura oficial de que nada grave le sucede al presidente, y que efectivamente, está en cuarentena por el contagio de la Covid19. Reiteró en medio de su discurso que así era, y que ya saldría él en unos días a explicar cómo se contagió.
El resto de los colaboradores del presidente López Obrador, incluidos aquellos y aquellas que pretenden la candidatura en el 2024 para sucederlo, se dedicaron de manera cautelosa y sin mucha guía, a ofrecer sus deseos de pronta recuperación, y acaso a ponderar la condición física del titular del ejecutivo nacional como impoluta (a pesar de la información filtrada por Guacamaya Leaks sobre los padecimientos cardiacos, y la posterior aceptación presidencial) y garante de una larga vida.
La realidad es que estos tres días de incertidumbre lo que han evidenciado es cómo la pérdida de contacto con el que todo lo maneja, dispara la brújula oficial, porque en ausencia de protocolos de comunicación, de estrategias de gobierno, y sustentados en el hecho que un solo hombre ejerce todo el poder, dicta la narrativa, la estrategia y el plan de gobierno, lo que estamos atestiguando es, más que un vacío, una ausencia total de poder, en la que los colaboradores del presidente López Obrador no saben qué hacer, se perciben los yerros en la comunicación, y hasta la campaña de los aspirantes oficiales se ha paralizado.
Mientras el líder, en solitario, y evidentemente sin capacidad para enviar un mensaje verbal o audiovisual, convalece de alguna afectación, o de Covid19 si las versiones oficiales ofrecen certeza, aunque desde el domingo 23, lo que priva es precisamente la incertidumbre ante un presidente de plano impresentable.