Cada vez es más común encontrarse con lugares donde son bienvenidas las mascotas. Asumo que esto se debe, sobre todo, a que el inmenso público consumidor que, además, es propietario de perros (que es lo más común), busca lugares donde no sentirse excluido. Es fácil de entender esta tendencia en términos comerciales. Cerrarle la puerta a un público cada vez más extenso, por el simple hecho de que llevan a sus mascotas consigo, parece ser un sinsentido. Quizá, incluso, esto se deba a que la bienvenida a los cánidos representa, ahora más que antes, un consumo mayor del que significa la posible disuasión hacia otro tipo de clientes (a quienes no les gustan las mascotas).
No tengo intención alguna de polemizar. No en este caso. Considero que, si se cumplen las reglas, cada quien es libre de repartir sus afectos en donde más le convenga. La clave es, precisamente, el cumplimiento de las reglas.
Llevamos años enterándonos de agresiones por perros sin correa y similares. Un asunto que sería fácil de dirimir si, en efecto, se siguiera la regla: los perros deben salir a la calle con correa; en algunos casos, con bozal. Es el mismo tiempo que hemos asistido a discusiones respecto a algunos derechos e, incluso, a comparaciones entre las mascotas y los niños pequeños. De nuevo, no polemizaré al respecto.
En esta familia no siempre vamos al mismo súper: quizá por una defensa contra el tedio de las compras semanales, tal vez por un asunto de ruta o por la coincidencia del sitio para comer. El caso es que, hace dos fines de semana, fuimos a un súper que estaba en una plaza comercial. En su mayoría es abierta. Hay extensos pasillos y un patio central con bancas. Ahí nos sentamos a comer un helado. El sitio, sobra decirlo, era pet friendly. Así que vimos a varios dueños con sus perros. Todos iban con correa. Hasta ahí, todo bien.
Las cosas se pusieron feas cuando uno de los canes decidió hacer sus necesidades más sólidas: cagó. Y la dueña no traía bolsas para los excrementos. Y en el poste con bote de basura integrado ya se habían acabado. Y una policía se acercó para decirle que eso no estaba bien. Y la dueña sufrió varios minutos hasta que consiguió la bolsa y recogió las excretas. Y se fueron y todo bien. Salvo, quizá, para quienes comían en las mesas a unos metros de distancia.
El sábado pasado fui a Perisur después de años de no pasar por ahí. Quienes lo conocen saben que es un centro comercial viejo, cerrado y con pasillos anchos en el piso superior. Ahora también es pet friendly. Debo confesar que vi a pocos perros, probablemente por el horario: fui durante la mañana. Me imaginé cómo será el lugar en uno de esos fines de semana en que se llenan hasta los estacionamientos. Pasear por ahí ha de ser complicado con todas esas correas atravesadas. Ni hablar.
Dejé de pensar en ello cuando vi la caca de un perro cerca de una de las columnas. Insisto, Perisur en un centro comercial cerrado. Además, no había ningún dueño responsable ni perro a la vista. Todo indica que, cuando el can hizo sus necesidades, su dueño decidió no recogerlas. Aún estaba sorprendido cuando otro sorete se apareció en el camino. También sin responsable a la vista.
Como dije, fui para resolver una necesidad, pero llevaba tiempo sin acercarme a ese sitio. Insisto, no tengo intención de polemizar. Sin embargo, el riesgo de este tipo de encuentros en lugares pet friendly suena estadísticamente lógico: así como las personas, los perros deben hacer del baño. Nunca la culpa será del animal, sino del dueño. No sé qué tan pronto estos descubrimientos se volverán un disuasor para aquellos clientes que no van con perro o que no esperan encontrarse caca en un lugar que solía estar limpio. Por lo pronto, queda la tendencia de que, cada día, existan más lugares que le den la bienvenida a las mascotas. No sé si eso será bueno o malo. Sí, que nos obligará a bajar la vista en lugares donde no solíamos hacerlo.
Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.