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Reivindicación del no sé – SinEmbargo MX

Un sillón y unos tenis.
“Hoy, luego de este viaje de reflexiones y lecturas, comprendo la ventaja que he tenido al avergonzarme constantemente de mi ignorancia, pues esa vergüenza ha mantenido viva mi curiosidad”. Foto: Especial

A casi 8 años de escribir semanalmente esta columna, quisiera —además de agradecer a SinEmbargo.mx por la larga oportunidad que me ha dado de reflexionar en público— confesar que, muy rara vez, lo que aquí he publicado fue algo que ya supiese o hubiera pensado, pues hasta cuando lo sabía o me había pasado por la cabeza no tenía todos los elementos que tuve que buscar para escribirlo o no la había pensado desde ese ángulo concreto con el que aquí la abordé. Lo que quiero decir es que todo este tiempo me he dedicado a reparar una zona inconmensurable que hay en mí: la zona del “no sé” o del “no entiendo”.

Así, durante estos años, en vez de esconder mi ignorancia o negarla manteniéndome en silencio, me he empeñado en disminuirla investigando e investigándome. Qué alivio poder hoy escribir aquí “no sé” y “no entiendo”, pues invariablemente lo que escribo parece que lo sé o lo entiendo. Y lo que hoy quiero aclarar es que antes de conseguir escribirlo ni lo sabía del todo ni lo había pensado como lo he terminado pensando en este espacio.

Han sido mis dudas y mis carencias las que, incentivando mi curiosidad, me han permitido llegar a las aproximadamente 400 entregas que componen esta longeva columna. Y también, ahora puedo decir que interesan más las preguntas que me he formulado, que las explicaciones o razones que he publicado. Con esas preguntas me he aclarado algún asunto de manera provisional y ahora una insignificante porción del mundo me resulta menos opaca.

Raras veces oigo en mi entorno la frase “no sé”. La inconsciencia de las propias lagunas o el miedo a ser menospreciado pone a muchas personas una máscara que las hace parecer sabihondas; aunque, la verdad, se esconden tras lo poco que aprendieron alguna vez: qué raquíticos son los dogmas, qué anémicas las primeras convicciones, esas que desde el principio se volvieron las últimas y las únicas.

Hoy, luego de este viaje de reflexiones y lecturas, comprendo la ventaja que he tenido al avergonzarme constantemente de mi ignorancia, pues esa vergüenza ha mantenido viva mi curiosidad. Preguntarme, preguntar es lo que me ha movido. Quien pregunta es porque se da cuenta de lo que no sabe. Quien no pregunta no se da cuenta de nada o, peor aún, ni siquiera se da cuenta de que no se da cuenta, de que tiene la conciencia dormida.

Ojalá con más frecuencia todos admitiéramos que no sabemos, y no sólo lo admitiéramos, sino nos preocupara nuestra situación. El mundo seria menos zombie y se convertiría en un lugar de preguntadores o, lo que es lo mismo, de curiosos.

Twitter @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla

Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: “Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo… Los locos somos otro cosmos.”

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