La eficaz gestión de Andrés Manuel López Obrador como presidente del PRD, que rompió el modelo bipartidista PRI-PAN creado por Carlos Salinas y conquistó por primera vez el Gobierno de la capital del país con Cuauhtémoc Cárdenas, concluyó con una elección interna para sucederlo en 1999 entre Amalia García y Jesús Ortega que de tan sucia debió anularse.
El fantasma del proceso interno perredista de ese año, que comprometió la eficacia de la izquierda en el 2000, se presenta ahora en Morena y López Obrador quiere conjurarlo, incluida la hipotética ruptura de Marcelo Ebrard para irse a la oposición.
En medio del escándalo por la fraudulenta elección del PRD, el 14 de marzo de 1999, platiqué con López Obrador y dijo que su error fue no haberla conducido personalmente, cuyas prácticas de defraudación entre los grupos de Amalia García y Jesús Ortega no previó: “No debí descuidar el proceso”, me dijo.
Argumentó que delegó en Ortega, el secretario general del PRD, la lógica interna y que él se concentró en la estrategia nacional: “Consideré que corríamos el riesgo de ser desplazados de la escena política nacional, con lo cual se le daba entrada al proyecto político diseñado por Carlos Salinas de establecer en México un sistema bipartidista PRI-PAN, excluyendo al PRD”.
En su libro La mafia nos robó la Presidencia, editado en 2007, López Obrador detalla también que no se quiso meter en la elección interna: “Lo cierto es que caí en la indefinición. Pensé que me podían acusar de querer inclinar las cosas a favor de un grupo o de un candidato y, equivocadamente, decidí no participar para poner orden y buscar un buen desenvolvimiento del proceso interno. La lección es que, en estos casos, hay que optar, no convienen las medidas tintas. A final de cuentas, la política implica optar entre inconvenientes”.
Veinticuatro años después y luego de 13 de haber renunciado al PRD, López Obrador les contó este episodio a Claudia Sheimbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal para anunciarles que no cometerá otra vez ese error y que, como Presidente de la República, se involucrará en el proceso para definir al candidato presidencial.
La noche del viernes 28 de abril, en el Palacio Nacional, López Obrador se reunió con los cuatro aspirantes a la candidatura presidencial y con los senadores de la Cuarta Transformación, ante quienes recordó la fraudulenta elección de 1999 en el PRD. Expuso que la historia enseña que toda sucesión es compleja y que debe conducirse personalmente. “La unidad es la clave y, cuando sea el tiempo, sí me voy a meter”, les dijo.
Si el Presidente López Obrador anuncia que intervendrá es porque tiene evidencias del eventual desbordamiento del proceso interno por la candidatura presidencial y de una hipotética ruptura, no sólo de uno de los aspirantes, claramente Ebrard, sino de partidos aliados, como ocurre en Coahuila.
Si ha decido intervenir como fundador y máximo dirigente del movimiento es porque el presidente de Morena, Mario Delgado, no tiene la autoridad política, moral o a secas para conjurar los conflictos que se están generando en la disputa también por candidaturas a gobernador y hasta a presidentes municipales.
Ha sido claro que, a poco más de un año de la elección federal y a meses de la definición de la candidatura presidencial que se tomará con base en encuestas, los cuatro aspirantes recurren a todo para imponerse y aun se deslizan amenazas de ruptura.
Por eso desde la noche misma del 28 de abril, el Presidente López Obrador ya se metió a conducir el proceso interno cuando estableció que, apenas concluyan las elecciones de Gobernador en el Estado de México y Coahuila, el 4 de junio, debe quedar definida también la candidatura presidencial y que, además, sea acatada por los otros aspirantes para garantizar la cohesión del proyecto.
También dijo, con base en el testimonio de asistentes, que nadie quedará sin tener una posición, con lo que trata de evitar que haya una ruptura.
Es claro también que el mensaje es que quien se insubordine se enfrentará al Presidente de México.
Yo no advierto que Ebrard quiera romper con Morena para irse a la oposición si no es el candidato presidencial, él mismo ha escrito que no es traidor —“la traición me repugna”—, pero el Presidente de México deber tener más información.
Quién sabe por qué López Obrador no intervino antes en Morena, en particular cuando Yeidckol Polevnsky se aferró a la presidencia y metió a su partido a un conflicto de años que terminaron por resolver instancias ajenas, pero ahora se mete porque está de por medio su sucesión y la continuidad de su proyecto.
Todos los presidente de México en la historia se han metido en el proceso partidario para influir en mayor o menor medida. Y tienen derecho en tanto miembros de un mismo proyecto, como árbitros o como electores, a favor o en contra de adversarios internos.
El Presidente de México es un factor de poder, como los gobernadores, y tiene derecho a disponer de sus recursos políticos para impulsar a quien desee, pero tiene también la responsabilidad legal y ética de no disponer de dinero y servidores públicos a su cargo para inclinar la balanza.
Sí, el Presidente López Obrador tiene derecho a intervenir políticamente en el partido que fundó y aun a defender la continuidad de su proyecto, pero no a usar esos recursos económicos y humanos del gobierno en las elecciones constitucionales para imponerlo. Eso no.
Álvaro Delgado Gómez
Álvaro Delgado Gómez es periodista, nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1966. Empezó en 1986 como reportero y ha pasado por las redacciones de El Financiero, El Nacional y El Universal. En noviembre de 1994 ingresó como reportero al semanario Proceso, en el que fue jefe de Información Política y especializado en la cobertura de asuntos políticos. Ha escrito varios libros, entre los que destacan El Yunque, la ultraderecha en el poder (Plaza y Janés); El Ejército de Dios (Plaza y Janés) y El engaño. Prédica y práctica del PAN (Grijalbo). El amasiato. El pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas (Editorial Proceso) es su más reciente libro.