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El aturdimiento – SinEmbargo MX

“Migrantes”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

El actor que habita en los sueños

y lleva nuestro nombre,

ese demiurgo que reencarna

en la evaporación de los cuerpos

deambula entre las imágenes ensordecedoras

de las habitaciones de cristal.

Las esposas en las manos,

borran las líneas

de sus palmas.

Sin el espectáculo permanente

no habría sociedad de consumo.

La multiplicación de lo deseos

engarza

la multiplicación de las emociones.

Es la era de la idolatría,

de la exaltación

que aglomera adeptos.

La agitación permanente del yo,

como primera persona sin nombre,

en la fila de la incertidumbre

que se pretende ignorar.

La aguja de la imagen de lo virtual

la incidencia de la desproporción

se convierte en un juego trágico

de dimensiones individuales y colectivas.

El poder político lo administra,

para domar el caos latente;

en la plaza pública despliega

las artimañas alienadoras

de toda clase de pulsaciones.

Recoge sus frutos, las lealtades

en la satisfacción de lo inmediato;

el reino de los instintos

consume las luces del artificio.

La adicción es masiva, sin reparo

solo cambia la dosis,

para no perder su feligresía.

Hay demasiado dolor,

y los actores políticos y económicos

y la mímica de las culturas

no ayudan a impedirlo,

pareciera lo contrario

lo expanden y profundizan:

ahí los discursos de odio de los dirigentes,

allá la inconsciencia egomaníaca de los millonarios

y sus miles de frustrados aspirantes,

atrapados en la confusión

de la competencia y el espectáculo.

Ahí las miles de familias de migrantes

que buscan más allá

de las ruinas de su presente

cruzar los territorios de guerra;

parias que prosiguen

en los laberintos de la tierra:

buscan una promesa tan básica

como la paz, el pan y el agua.

Las ciudades trituran y desaparecen

la vitalidad de la comunidad,

las comunidades de saberse acompañar,

de saberse cuidar.

La ciencia, la madre oculta,

alienada en su carrera sin fin

de convertirse en la receta de los dioses y

de ser posible, de una vez por todas

ser la luz misma de la Divinidad,

expande la monstruosidad tecnológica

sin contrapesos o precaución alguna.

El árbol destazado del conocimiento

la incontinencia de una infancia envejecida,

fractura la conciencia primigenia

de la misma naturaleza

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