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Al fondo a la derecha

El 29 de octubre se organizó una fiesta nazi que conmemoró los cien años de la marcha de Benito Mussolini sobre Roma en 1922 y los noventa de la creación de la Falange de Francisco Franco en España. Con boletos vendidos desde la editorial Heidelberg con sede en Monterrey, el cartel de promoción tenía la figura de Hernán Cortés con una botella en la derecha y una calavera ensangrentada en la izquierda. Unos días después, se anunció la reunión de la Conferencia Política de Acción Conservadora en la ciudad de México donde participarán Steve Bannon, Javier Milei, y José Antonio Kast. Debo decir que Steve Bannon ha sido llamado por el lider del Klu-Klux-Klan, David Duke, como “el cerebro de Donald Trump”, aunque éste lo despidió como asesor en 2017 pero volvió a reunirse con él en vísperas del acto que culminó en la toma violenta del Capitolio. Bannon no cree en la democracia, sino en una “guerra racial” en Estados Unidos entre los “americanos reales”, es decir, los blancos y cristianos, y los demás. Bannon se refiere a la inmigración mexicana y centroamericana como una “invasión”.

Fiel a su admiración por Nixon y Ronald Reagan, Bannon ha dicho que “la pobreza es signo de discapacidad” y que hay que castigarla. Ex corredor de bolsa en Goldman Sacks, Bannon fue el fallido estratega de la toma del Capitolio el 6 de enero por la que se le interrogó en las audiencias del Congreso en Estados Unidos. El otro invitado es Javier Milei, el autodenominado “anarquista” argentino cuya ideología tampoco es democrática, sino la del individualismo llevado al absurdo. Dice Milei: “La idea es minimizar el Estado, y el cero es parte del conjunto de la solución. Que el Estado solo se ocupe de seguridad y justicia, y que, cuando la tecnología lo permita, se lo elimine. Incluso en temas como seguridad y justicia. Todo sería de dominio privado”.

Los autodenominados “anarquistas” son, en realidad, libertarios, es decir los que no pagan impuestos, están en contra del Estado, y creen que los derechos constitucionales son sólo servicios, es decir, sólo de quienes los pueden pagar. Milei ha dicho que si hubiera que elegir entre la mafia y el Estado, él prefiere a la mafia porque “esa compite”. También ha propuesto que se privaticen las calles y que se pague por transitarlas y, así, el Estado no intervenga ni siquiera en tapar baches. En la televisión argentina, Milei incluso se atrevió a asegurar que no había pandemia y que las restricciones eran “cavernícolas”. Un poco como acá el dueño de TvAzteca, Ricardo Salinas Pliego. Su frase “cualquiera es puto con culo ajeno”, que profirió en un programa en vivo, se refería, además de la homofobia, a que para el libertarismo, la politica social es un robo a los exitosos para dárselos a los fracasados. Igual que los que se oponen a que les cobren impuestos. Ahora Milei ha entrado a la política pero, como no cree en el Estado, dice que es para “dinamitar al sistema desde dentro”.

El último invitado es el derrotado candidato chileno, José Antonio Kast. Éste tampoco es democrático. Sustentó su campaña en defender la dictadura de Augusto Pinochet y en atacar la transición a la democracia después del referéndum del “no”. Cree, por ejemplo, que la desigualdad es algo “natural” entre los seres humanos, que los militares son una “reserva moral de la Nación”, y se opone a toda legislación a favor de las mujeres, la diversidad sexual, y la educación pública. Kast es uno de los abajo firmantes de la Declaración de la Ciudad de México, un manifiesto suscrito por 670 parlamentarios de 18 países de América Latina, a instancias de la Alliance Defending Freedom de los grupos evangélicos norteamericanos, que se opone a que en sus países se aprueben cambios legislativos que tengan que ver con “la vida, la familia, y la libertad religiosa”. Fue firmado el 15 de junio de 2017 y Kast quedó a cargo de la realización de un encuentro hemisférico. Estos grupos evangélicos son bases electorales de Donald Trump, de Jair Bolsonaro en Brasil, y del “no” al acuerdo de paz con las FARC en Colombia. En México, estos acuerdos han sido secretos y sabemos sólo que el diputado panista Romero Hicks ha sido ponente en este tipo de cumbres. Pero hasta ahí. De la nueva reunión de la internacional conservadora, se menciona al actor Eduardo Verástegui, al que recordamos por ser viajero del avión presidencial en tiempos de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera.

Advierto sobre esto porque se trata de una derecha trasnacional que, ante el impulso de los gobiernos de izquierda por la vía electoral, abjura de sus supuestos compromisos con la democracia y se va al fascismo. No puedo evitar referirme a los grupos que convocaron a la fallida marcha del “INE no se toca” porque es una más de las expresiones de la derecha en contra de la democratización. En muchos países del mundo se revela con claridad una ideología que mira como “peligro para la democracia” la propia apertura a los plebeyos de opinar, debatir, y votar. A eso se ha referido el filósofo Jacques Ranciêre, cuando dice que la consigna de la derecha es que “las sociedades democráticas desvirtúan al gobierno democrático”. A lo que se refiere es a que los nuevos enemigos de la democracia reinvindican algo llamado “el gobierno de los mejores”, que es una forma de llamar a los que tenían derechos de sangre o habían sido educados en las cortes monarquicas para ser los príncipes. Por eso, para ellos parece una crisis civilizatoria y no una democratización. Lo vemos con la idea de que existen órganos institucionales “que no se tocan”, es decir, el instituto o el tribunal. La idea es que sólo existe un tipo de democracia que es inamovible: la que reprime la participación de los pobres. Para ellos, la democracia es sinónimo de armonía, de un pasado de pactos por México, y no lo que realmente es: la puesta en público de nuestras disputas políticas, el desorden de la indignación y las esperanzas. La democracia mala lo es porque es más intensa y, entonces, los anti-democráticos de la derecha ven en ella “polarización”, “emociones”, y caos. Si vemos lo que tienen en común, por ejemplo, Steve Bannon, los libertarios, y los expertos de la burocracia del INE sería que desconfían de la politización y tratan de proteger lo privado como reserva única de la felicidad humana. Se encuentran con que la democracia se excede a sí misma cuando postula que las mayorías deciden, y que el único momento en que todos somos iguales, es cuando participamos en elecciones o en una consulta.

La expresión mínima de democracia contiene cinco requisitos: mandatos por elecciones regulares; el monopolio de los representantes electos para generar leyes; y la prohibición de que los poderes económicos, legales o ilegales, financien campañas políticas. Pero eso no es lo que sucede en México en donde, sin temor a equivocarme, existe un monopolio de la cosa pública entre oligarcas partidistas y oligarcas económicos. Por eso, la marcha del “INE no se toca” es tan clara: la convocan quienes construyeron el IFE del 2003 y que preparó el fraude de 2006: el PRI de Elba Esther Gordillo, la COPARMEX, y Acción Nacional. Antes se llamaron Luis Carlos Ugalde, el consejero presidente del INE que fraguó el fraude de 2006; Alejandra Latapí, la consejera de la cámara empresarial; y Arturo Sánchez Gutiérrez de Acción Nacional quien, como ya hemos dicho en este espacio, fue el encargado de ir a la embajada norteamericana a proclamar el triunfo de Felipe Calderón 18 días antes de que se llevara a cabo de la elección. Esos tres personajes ahora se llaman Lorenzo Córdova, Claudio X. González, y Marko Cortés.

Desde su creación el 4 de abril de 2014, el INE tiene contiene la fatalidad de su antidemocracia: es producto del Pacto por México, su compromiso número 90, que lo hizo omnipresente y discrecional: le atribuyó una estructura paralela en los estados, la designación de consejeros en las entidades, y una facultad de poder o no organizar elecciones locales. Todo, en manos de los consejeros que designó el Pacto por México y que trajo como resultado que el operador político, Lorenzo Córdova, y el admistrativo, Edmundo Jacobo, se quedaran 12 y 18 años respectivamente en el mismo puesto.

Donde la derecha atávica del libertarismo de Milei y la burocracia dispendiosa del INE se tocan es en su desconfianza de la politización de los más. Ahí se cubren con la viejísima y errónea idea liberal de que los individuos viven separados del resto, calculan como mercaderes sus “costos-beneficios” aun en política, y se dedican a perseguir la felicidad que les da el consumo, las nuevas marcas, la tecnología que, según Milei, sepultará la necesidad del Estado. Eso es a lo que se refieren cuando se oponen a que los consejeros sean electos de una lista que vendría de tres fuentes: el Congreso, la Suprema Corte de Justicia y el Presidente. ¿Por qué se opondrían a la apertura de la democratización del órgano electoral? Porque su origen en ese 2003 fue el acuerdo entre la lider corrupta de los maestros, Acción Nacional, y una cámara empresarial.

¿Quiénes han convocado a esa marcha? Pues sus herederos: Margarita Zavala, Alito Moreno, y Claudio X. González. Su enemigo —dicen— es el “populismo”, esa palabra que engloba la maldad, la discordancia de la legitimidad popular contra la legitimidad experta. Ese término, “populismo” quiere encubrir la verdadera fantasía de la oligarquía: gobernar sin política, es decir, sin las contradicciones, emociones, y disensos de la democracia participativa. Por eso, el actual INE se opuso al juicio a los expresidentes y a la consulta de revocación del mandato. Porque su idea de democracia es autoritaria: gobernar sin la gente porque la gente no sabe. Por eso también, la única campaña que se recuerda del INE es la de un chile chipotle que nos regañaba desde su cubículo académico por no saber qué es la única democracia “buena”. Y ahí está la ida sin retorno de la derecha al fondo: si no funciona ya su argumento de que la democracia nada tiene que ver con si la gente tiene o no condiciones equitativas, entonces, lo que hay que hacer es terminar con ella, con el Estado, con las consultas populares. Lo necesario —no está de más advertirlo— no es lo que diga un experto sino lo que decide la mayoría. Conservar una élite que decide por los demás y pavimentar las calles con dinero privado se tocan hoy las narices. Pero aquí estamos los plebeyos de siempre para defender la democratización de la democracia.

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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