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Aristócratas – SinEmbargo MX

 Sesión extraordinaria en el INE.
“Esos sueldos, lejos de garantizar imparcialidad y eficiencia, parece que consiguieron crear una clase especial de funcionarios que se sienten por encima de todo y de todos, que usan su poder dentro de la disputa política, aunque eso signifique no ser precisamente demócratas”. Foto: Rogelio Morales Ponce, Cuartoscuro

La semana pasada escribí sobre las reacciones que manifestantes de la oposición tuvieron hacia los otros, los que no pertenecen a su movimiento y no asistieron a la manifestación en el Zócalo, contra las reformas del INE. Citaba las reacciones, por su escandalosa naturaleza clasista, para evidenciar que en realidad su supuesto pluralismo es eso, un supuesto. Digamos, comparten un pedigrí inconfundible, muy lejos de la marca neutral “ciudadana” que han creado. La verdad, querido lector, es hasta penoso ver los debates que han sostenido los propios funcionarios del INE, empezando por su presidente Lorenzo Córdova. Digo que es penoso por el tono de sus declaraciones, parece que vive en un país personal, donde él es un reyezuelo despótico; más parece un junior en un acting out, que un demócrata. Atrás quedaron todas las simulaciones de que el árbitro electoral no debía tener inclinaciones ni ideológicas, ni partidistas, ni animadversiones personales, ni ser parte de la lucha política. Está claro, ahora que se ven obligados a abandonar el barco que, además, consideran a la institución como un activo no sólo de su país personal, sino de su clase social. Y me refiero, concretamente, a la inequidad que reina en este país, no nos hagamos. En México, todos lo sabemos, hay ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. Y sí, hay privilegios, cómo no, que proceden de los impuestos que pagamos todos con los que se sostienen instituciones que remuneran –y muy bien- a esa élite gritona que estos días enarbola “la lucha democrática”. 

A mí no deja de asombrarme que Lorenzo Córdova no tenga la menor consciencia de sus respuestas altaneras, que interrumpa a otros consejeros para levantar la voz, de innegable tono autocrático, para reprenderlos por lo que dicen; y que, al contrario, esté convencido que está actuando el papel de algún paladín investido de superioridad. Claro, no es sólo el personaje en particular, sino lo que la institución misma posibilita. Y es verdad que las remuneraciones a su burocracia, así como sus finiquitos, no son ilegales, pero, sin duda, son inmorales. En esto tiene razón el Presidente: no veo ningún argumento de peso para que los mexicanos paguemos esos sueldos a sus funcionarios, la verdad. Ni del INE ni del Poder Judicial, ni de los organismos autónomos. Es comprensible que a la mayoría le parezca obsceno que un funcionario vaya obtener de finiquito más de dos millones de pesos, dinero que no verá junto nunca en su vida la mayoría de los mexicanos. Esos sueldos, lejos de garantizar imparcialidad y eficiencia, parece que consiguieron crear una clase especial de funcionarios que se sienten por encima de todo y de todos, que usan su poder dentro de la disputa política, aunque eso signifique no ser precisamente demócratas.

Ya se va, lo sabemos y lo sabe, en la cúspide de un pleito que no empezó hace poco, de la izquierda contra el antiguo IFE, hoy INE. Un pleito mal disimulado por años, que termina en trifulca. 

Muy probablemente, sin embargo, la Corte deseche el Plan B, como se bloqueó la reforma constitucional y todo este zafarrancho haya servido para que la élite que gobernaba este país y pretende regresar, se haya exhibido nuevamente en programas de análisis, revistas y columnas: no han cambiado nada, la verdad. Siguen siendo los mismos, repitiendo lo mismo y están deseosos de que una vez que se vaya el Presidente López Obrador, puedan recuperar los pocos privilegios que han perdido. Sobre todo, uno muy importante: ellos eran México, todos los demás eran mexicanos de utilería, o simbólicamente ganado o casos de estudio en revistas académicas sobre “los pobres”. Ellos decidían políticas, sí, en materia educativa, social, cultural, etc. Ellos definían a los mexicanos, su presente, sus preocupaciones, sus instituciones, sus necesidades. Tuvieron el poder por décadas, por eso aún hoy hablan como si lo tuvieran; no preguntan, ordenan: “el INE no se toca”. Así hablan sus majestades.

Y no es que esté de acuerdo con la reforma, querido lector. Durante estos años no he hecho otra cosa que crítica de este Gobierno y sus acciones, en esta columna. Pero es imposible no notar que la oposición a él, tanto la “ciudadana” como la partidista, que son exactamente lo mismo, representa todo aquello contra lo que luchamos muchos, durante décadas. De hecho, no le regateo razón a quienes están preocupados porque la reforma pueda mermar el funcionamiento del INE, pero sí me sorprende que un funcionario pueda ser tan displicente, en abierta actuación para una porra rosada que está absolutamente convencida que el país es todo suyo, y que los demás, así sean una mayoría democrática, no deben “tocar” a las instituciones. Y es que su lema “el INE no se toca” tiene un inocultable tono autoritario y hasta clasista, recuerda a esas instrucciones que padres dan a sus hijos. En esa posición de autoridad se ha colocado una parte minoritaria de la ciudadanía que se opone al Gobierno, legítimo hay que recordarlo, de la mayoría. ¿Quiénes son ellos, que se creen dueños del país y sus instituciones como para lanzar órdenes a los demás aunque perdieron las elecciones? Digo, “el INE no se toca”, es claramente una orden. A mí, se lo confieso, no dejan de parecerme adustos hacendados que, montados en sus caballos, van repartiendo órdenes y latigazos. O será, querido lector, que últimamente he estado leyendo mucha historia de México, escuchando el tono silbante de de Hernán Cortés. Casi escucho un eco en este México moderno, de ese despotismo histórico en modernos mexicanos que bien podrían ser herederos culturales de esa empresa salvaje.

Como sea, la manifestación opositora ha creado en muchos de sus ilustres participantes la ilusión de que han regresado al poder, y cómo entonces, y sin reparo alguno, han vuelto a hablar en nombre del país que, claro, son ellos y sus súbditos, nada más.

María Rivera

María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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