Si el proyecto de la Cuarta Transformación aspira a convertirse en una realidad necesitará ser transexenal; seis años apenas alcanzan para fundar cimientos, proponer otros valores, confrontar inercias. Hacer un cambio sin rupturas violentas supone una transición por aproximaciones sucesivas, y eso lleva tiempo. Y para conseguirlo Andrés Manuel López Obrador ha tenido que hacer el trabajo político para asegurar seis años más, con la esperanza de que se extiendan a 12. Pero incluso consiguiéndolo, no bastan.
Un verdadero cambio social impulsado desde el poder requiere, además del apoyo popular, el actor social capaz de instrumentarlo. Es decir, los cuadros dirigentes con la capacidad operativa y la convicción social necesarias para instrumentar con éxito las políticas públicas que aterrizarían el cambio. La orientación ideológica es esencial, desde luego, pero las propuestas son absolutamente inviables si no van aparejadas de una lógica de operación eficiente y realista.
Y para ser honestos, el Gobierno de la 4T exhibe enormes hoyos en esta materia.
En parte es explicable: toda administración de alternancia tiene carencias en materia de cuadros. El movimiento obradorista no tenía líderes para hacerse cargo de la enorme nómina que decide el día a día de la administración pública federal. Entre secretarios, subsecretarios y directores generales del gabinete básico y las dos o tres posiciones principales en cada uno de los muchos organismos públicos, institutos, fideicomisos y comités estratégicos estamos hablando de varios centenares. Más allá de las grandes líneas impulsadas por el Presidente, los ciudadanos son afectados por las decisiones y acciones de estos funcionarios. Y esta carencia fue acentuándose a medida en que Morena fue asumiendo el poder en una veintena de entidades federativas, cuyas primeras parrillas terminaron por acrecentar el déficit de recursos humanos.
El movimiento tenía muchos operadores políticos, pero pocos funcionarios de carrera con experiencia en la administración pública. De allí “la pedacería” de la que hablan sus adversarios. A diferencia de los gobiernos de Vicente Fox y de Felipe Calderón, también de alternancia, que recurrieron a la iniciativa privada para subsanar el déficit, la natural desconfianza del obradorismo respecto a los empresarios le llevó a apoyarse en el resto de la clase política tradicional: esencialmente expriistas, y algún que otro panista (Manuel Espino, Germán Martínez, Roberto Gil Zuarth, entre otros). López Obrador señaló que su Gobierno necesitaba funcionarios que tuvieran 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de experiencia; una manera de mostrar buena cara ante una insuficiencia evidente.
La inevitable improvisación ha tenido resultados desiguales. Algunos afortunados y otros no tanto; en ocasiones incluso penosos. Detrás de la cruzada en contra del infame monopolio de medicinas, hay una meritoria intención, pero la exhibición de una lamentable novatez para operar el ambicioso proyecto; un prolongado proceso de ensayo y error con cargo a muchos pacientes. Fundar un organismo como Segalmex para mejorar la autosuficiencia alimentaria en medio de una globalización accidentada es una excelente idea; pero de pésima ejecución al entregarla a expriistas de reputación endeble, que contaron con recursos y atribuciones enormes sin los necesarios filtros y controles. A nadie debería sorprender el resultado.
Quizá nada evidencia más la insuficiencia de cuadros administrativos de la 4T, como el hecho de que el Presidente haya tenido que echar mano del Ejército para la construcción (algo explicable) y posterior operación (algo menos justificable) de sus proyectos estratégicos. Y más aún cuando se les ha pedido hacerse cargo de áreas de la administración pública tradicionales como aduanas, puertos, aeropuertos y empresas turísticas. Los militares son más honestos y eficientes, ha mencionado en más de una ocasión López Obrador. En otras palabras, además de carecer de la experiencia, resultó que muchos de los cuadros tampoco reunían el necesario 90 por ciento de honestidad.
No se trata de descalificar el esfuerzo. El Presidente intentó operar con lo que tenía, o más bien con lo que no tenía. En cierta manera es comprensible. Un líder con una enorme base social, un general con un plan de batalla y un vasto Ejército, pero sin la suficiente oficialía para desempeñar cabalmente la estrategia.
Ahora importa lo que sigue. Si en efecto estamos ante un plan transexenal, habría que asumir que en su primera versión el proyecto del cambio acusó obvias limitaciones en esta materia, pero en futuras ediciones es imperativo subsanarlo. Por fortuna las campañas intensas curan la novatez y aceleran la formación de veteranos.
El siguiente Gobierno de la 4T tendría que modificar algunos criterios para reclutar y formar funcionarios de carrera con la capacidad de aterrizar de manera eficiente sus ambiciosos objetivos. Más allá de la crítica que pueda hacerse a los gobiernos tecnócratas, habría que reconocer que se mantuvieron 30 años en el poder y modificaron al Estado mexicano gracias a los muchos cuadros que, formados en Hacienda, terminaron moviendo los hilos de la administración pública en la federación y en muchas entidades.
No se trata de reclutar en función de una supuesta incorruptibilidad, porque, como ya vimos, esa es una apreciación subjetiva. Eso se resuelve con mecanismos de control y evaluación permanente. En lugar de pensar en hombres y mujeres incapaces de ser tentados por las malas prácticas, es más razonable construir los procedimientos que inhiban esas malas prácticas de parte de todos aquellos que se sientan tentados a recurrir a ellas.
En esencia de lo que se trata es contar con parrillas de funcionarios eficaces, convencidos del servicio público y técnicamente capaces. No se requiere de una supuesta pureza ideológica (desde luego los priistas y panistas subidos al tren obradorista no la tenían), porque después de todo la orientación de los programas los establece la cabeza. Pero sí de operadores decentes, sujetos a normas de valoración, aprendizaje y corrección permanente que haga de ellos funcionarios de carrera profesionales de largo plazo, empeñados en la tarea de construir un país más próspero y justo. Si la 4T va a tener éxito lo será si consigue generar docenas, sino es que centenas de figuras como María Luisa Alcalde, Román Meyer Falcón, Andrés Lajous y similares. Los generales de la Sedena o los priistas disfrazados quizá fueron un mal necesario, pero esto no fructificará si la 4T no genera sus propios cuadros.
Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.