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La cumbre del fracaso – SinEmbargo MX

Se reunió en Madrid el jueves pasado un grupo de empresarios, escritores, académicos y políticos para conmemorar los veinte años de la Fundación Internacional para la Libertad, fundada por Mario Vargas Llosa. Más que una reunión de festejo, una intervención tras otra hacían pensar en una Cumbre del Fracaso.

La FIL, según sus propios términos, tiene el objetivo de defender y promover “los principios de libertad, democracia y estado de derecho, adoptando estrategias destinadas a luchar, en el campo de las ideas, contra quienes amenazan estos valores”. La Fundación define como su visión “un mundo libre y próspero donde los principios de libertad individual, derechos de propiedad, gobierno limitado y mercados libres estén asegurados por el Estado de Derecho.”

En otras palabras, se trata de un grupo que abiertamente defiende lo que llama “valores liberales” y constantemente lamenta, denuesta y combate -al menos ideológicamente- a los gobiernos democráticos de izquierda, y en cambio, apoya y ensalza los gobiernos derechistas en América Latina. 

Con énfasis en la “hispanidad”, la fundación intenta recuperar una suerte de unidad cultural y económica iberoamericana, pues conciben como una clase natural a todos los países donde España ejerció su influencia. Defienden, así, una suerte de neocolonialismo revestido de democracia liberal, que ve a España como la cuna de la civilización. Apenas en abril de este año, Vargas Llosa declaró en una entrevista al diario chileno La Tercera que, antes de la llegada de los españoles, “había 1.500 lenguajes en América y como en ese entonces [las personas] no se entendían, entonces se mataban. El español vino a resolver ese problema.”

Además del propio Vargas Llosa, que dirigió las palabras de apertura, en la reunión del 20 de octubre hubo veinte panelistas de distintos países de América. Sólo una era mujer, la ex-diputada Cayetana Álvarez de Toledo, XV marquesa de Casa Fuente y vocera del Partido Popular español. Las otras dos mujeres que participaron lo hicieron como moderadoras, y la única que, además de Álvarez tomó el micrófono para algo que no fuera moderar las mesas fue la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anfitriona del encuentro.

Las intervenciones de cada uno de los oradores son casi penosas, aunque es imposible, entre todo el pesimismo que expresan, no sentir ciertos atisbos de alegría. Una tras otra, las participaciones de empresarios, políticos e intelectuales fueron una retahíla de lamentaciones por el “momento crítico” que vive América Latina en manos de lo que ellos llaman “gobiernos populistas”. 

En los portales de noticias de México, las intervenciones más destacadas fueron las de los expresidentes Ernesto Zedillo y Felipe Calderón, pero asomarse al resto de las presentaciones nos da una buena idea del ambiente descolocado, derrotista aunque con asomos -más bien forzados- de optimismo, con algunas directrices e ideas de conducción para recuperar el terreno perdido. También fueron una buena muestra de la incapacidad de ciertas élites para comprender el momento político que viven, y aunque acusan a sus adversarios de aplicar políticas del pasado, la verdad es que son ellos quienes siguen describiéndolos con categorías largamente superadas.

Para ilustrar, el empresario peruano Diego de la Torre disertó sobre la necesidad de articular a empresarios y políticos con intelectuales. Para de la Torre, los intelectuales tienen una gran responsabilidad en haber dado paso a los gobiernos que llama despectivamente “izquierda progre”, pues no lograron frenar las “ideas inadecuadas” que “secuestraron a la juventud”. Los ejemplos son risibles, si no es que francamente ridículos. Cita el verso “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”, de César Vallejo, a quien no le regatea los dones de extraordinario poeta, y lo acusa de “usar su gran talento literario para influir de manera depresiva en el subconsciente colectivo de los peruanos”. Igual le parece el caso de García Márquez, que “es un gran escritor, sí, pero es comunista también, y subordinaba su talento literario para dar mensajes que eran realmente terribles, yo diría hasta diabólicos”.

En el segundo panel habló, entre otros, Roberto Salinas León, primo de Ricardo Salinas Pliego (cuyo Centro Ricardo B. Salinas Pliego, por cierto, fue uno de los patrocinadores del evento). Roberto Salinas habló de la “ola de populismos iliberales”, que se han hecho del poder en latinoamérica, entre los que mencionó abiertamente al gobierno de López Obrador, al kirchnerismo y a Gabriel Boric, para él “un romántico” que, a base de desinformaciones y postverdades, “ilusionó a la juventud y se hizo del poder”. Según el empresario, en México el populismo iliberal se caracteriza por tomar decisiones con base en tres factores: la ignorancia, la intolerancia y el rencor. También advierte que, si hacemos caso a algunos de los devotos de López Obrador, estaremos a un paso de que se fusile a quienes opinan distinto. Fiel a su tradición familiar, Roberto Salinas no se sonroja con sus propias exageraciones. Sus explicaciones son otra muestra de la cortedad de análisis de los magnates que no pueden comprender el giro democrático de América Latina: para él, el motor del cambio de régimen no es racional, sino emocional, la gente vota por rencor y resentimiento, y lo hace engañada por candidatos que los ilusionan con promesas incumplibles.

La moderadora de ese panel, Maite Rico, toma dos minutos la palabra para cerrar la mesa expresando su preocupación por la universidad pública. Según ella, “en la universidad pública en América latina entras a un mundo de los sesenta o setenta y de ahí salen los profesionales y los que condicionan la vida de estos países”. Parece que Rico se lamenta de que los egresados de la universidad pública accedan a encargos en el gobierno y añora el tiempo en el que las élites gobernantes salían de las aulas de instituciones privadas estadounidenses, precisamente como lo hicieron en la Universidad de Yale Ernesto Zedillo o Felipe Calderón en Harvard.

Sin duda, la presentación más pesimista -y acaso realista- fue la de Lorenzo Bernaldo de Quirós, presidente de Freemarket International Consulting y académico asociado del Cato Institute: “Nos hemos esforzado como nunca y fracasado como siempre”, dice. “Tenemos la menor influencia en la agenda pública de la que hemos tenido en los últimos 50 años y no parece que nuestro discurso forme parte de la agenda de lo que pueden ser las alternativas a los movimientos populistas”. Su intervención cierra con un lacónico pronóstico de meteorología política: “El clima en estos momentos no es el más favorable para el desarrollo de nuestras ideas y para el avance de la democracia liberal”.

En el último panel se presentaron Ernesto Zedillo y Felipe Calderón, que compartieron la mesa con José María Aznar y el ex-ministro Sergio Moro, quien comandara la investigación contra Luiz Inácio Lula da Silva -misma investigación que, al carecer de sustento, derivó en la revocación de la condena de 12 años contra el expresidente brasileño.

Las declaraciones de los expresidentes han circulado ampliamente y no contienen nada nuevo: Zedillo anuncia una nueva “década perdida”, acusa a López Obrador -sin mencionarlo- de haber llegado al poder ayudado en las instituciones democráticas que crearon otros y luego erosionar la democracia, según dice, acallando a los críticos, debilitando los otros poderes del Estado, y cumpliendo así lo que él llama el ciclo de los déspotas, que empieza por el populismo, sigue con el despotismo, el autoritarismo, el fascismo y culmina en la dictadura. Felipe Calderón aplica cuatro “pruebas” para saber si en México morirá la democracia, y todas le salen, curiosamente, positivas. Vaticina que la democracia en México va a morir “más o menos en un mes”, cuando se apruebe la reforma electoral propuesta por el presidente, mediante la que, según Calderón, López Obrador pretende acabar con el INE y poner en lugar de consejeros “a sus huestes”. 

Hay dos confesiones involuntarias de Calderón que llaman la atención: en una de ellas, considera que al bloque anti-populista le hace falta unidad: “Si no nos convoca Vargas Llosa, no nos reunimos”. Y la segunda confesión es la de que ya su grupo pasó a mejor vida: dice que a él no le interesa luchar como un Quijote, que enfrentaba enemigos imaginarios, sino más bien como un Cid Campeador, “que enfrenta enemigos reales y gana batallas después de muerto”.

La reunión de los veinte años de la FIL, más allá de las sonadas intervenciones de los expresidentes fue, en suma, una caravana fúnebre del proyecto de las democracias liberales. 

A pesar de que algunos, como Cayetana Álvarez, insistían en que sin optimismo no podrán recuperar el espacio político perdido, lo único que mostraron fue un exceso de añoranza del pasado y una total incomprensión del presente, eso sí, aderezados con un fuerte sentimiento de derrota que no debemos dejar de celebrar. 

Violeta Vázquez-Rojas Maldonado

Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.

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