Rendija:
La imagen del recuerdo es una carta al olvido; espuma del instante, la saliva en la tierra desaparece; la pretensión de quienes usurpan su propia vida. Inverosímiles en sus aspiraciones, en las fauces del poder se atragantan.
La guerra que embate al cuerpo,
derrumba cada una
de las moradas interiores;
el ejército de las enfermedades,
implacable arrasa
la ostentación de la existencia
y sus innumerables partidas.
En un parpadeo disuelve,
los estrafalarios maniquíes parlantes
que dominan los escenarios masivos.
La mente no encuentra asidero
y aparenta desmoronarse.
La maya de luz
donde nos desplazamos
teje el laberinto
que la noche asume.
Ahí, en esa desolación,
en ese aislamiento
de la propia naturaleza
en la evaporación del sueño
revestido de una realidad fugaz,
emerge descalza,
sin prevención alguna
la salvedad de los vocablos,
la pureza de la palabra,
la saeta de la lengua:
la oración,
sutil canto,
entrañable;
incólume
se apodera del territorio del ser;
más allá de la carne
en su plenitud
se expresa,
al pronunciar
el edicto del corazón
que transparenta el alma
en su retorno.
Cierto,
la conmoción toma su lugar
conmovido el yo se anula,
no existe más,
ni en la imaginación.
No es renuncia,
ni sacrificio siquiera,
es la revelación de la extinción
del origen mismo.
Sin dolor, sin aspiración alguna
se reconoce lo inefable
que nos habita y habitamos;
se pierde el nombre propio,
y no queda huella;
solo ese soplo que pasa
y se pierde.