El filósofo británico, Francis Bacon, escribió a principios del siglo XVII una serie de tratados donde vislumbra que el futuro de la humanidad se transformaría para bien si la investigación científica y el uso virtuoso de la tecnología se pudieran aplicar en favor de la prosperidad humana.
El desarrollo posterior del mundo ha tendido a darle la razón, a pesar de que también el avance de la ciencia y la tecnología significó la invención de las armas nucleares.
En efecto, la esperanza de vida humana en general ha aumentado en forma significativa desde que Bacon escribió sus obras, gracias a los avances innegables en la medicina y las otras ciencias experimentales. El éxito de Bacon se manifiesta en el hecho de que hoy no hay nación moderna democrática que no tenga una política de fomento a la ciencia y la tecnología.
Pero la humanidad tampoco ha llegado aquí de no haberse aprendido importantes lecciones. Una de ellas es que sacrificar avances científicos ante imperativos de orden ideológico han llevado al colapso social. El ejemplo más conspicuo aquí es el de Trofim Lysenko en la Unión Soviética, quien, en su afán de rechazar las teorías de la herencia genética, causó no sólo la ruina de una parte de la economía soviética, sino que llevó a la persecución de científicos disidentes de la ideología dominante.
Todo esto viene a cuento debido a la reciente aprobación por parte del Congreso de la Unión de la nueva Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación.
Antes que nada hay que decir que es un hecho que la mayoría de la comunidad científica en México tiene serias reservas sobre las virtudes de la nueva Ley, en parte porque prácticamente no se le involucró en su formulación y diseño. Hay diversas preocupaciones. En primer lugar, no se sabe el papel que tendrá el Ejército en la toma de decisiones en materia científica y tecnológica. En segundo lugar, la Ley le quita a los científicos y tecnólogos capacidad de decisión en la conducción de las políticas de innovación y desarrollo de la ciencia. En tercer lugar, se rechaza el reclamo hecho por años de que el país invierta al menos el uno por ciento en ciencia y tecnología. En cuarto lugar – y quizás lo más determinante – es que la investigación científica y tecnológica será, de ahora en adelante, determinada por la ideología del Gobierno actual en lugar de por las razones de la ciencia misma. Esto entraña minar la libertad de investigación que siempre ha sido el pilar que conduce a la innovación y el progreso humano. La ideología obradorista también implica un rechazo a la participación de la iniciativa privada en el desarrollo científico de México. Esto significa que quedarán excluidos grupos que pueden contribuir de manera fundamental en el desarrollo del país. Estamos entonces ante la repetición del caso de Lysenko: el de una ciencia sometida a propósitos políticos.
Afortunadamente, la comunidad científica ha reaccionado con pujanza recientemente y ha anunciado una serie de acciones para demandar su inclusión en la toma de decisiones. Seguramente la voz de los científicos será importante cuando el tema arribe al seno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que pronto decidirá sobre el estatus constitucional de la nueva Ley.
De cualquier manera, el futuro de la ciencia y la tecnología en México no deberá ser definido por imperativos ideológicos tipo Trofim Lysenko, sino por la visión humanista de Francis Bacon.
Gustavo de Hoyos Walther
Abogado y empresario. Ha encabezado diversas organizaciones empresariales, comunitarias, educativas y filantrópicas. Concentra su agenda pública en el desarrollo de líderes sociales (Alternativas por México), la participación ciudadana en política (Sí por México) y el fortalecimiento del estado de derecho (Consejo Nacional de Litigio Estratégico).