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Medio siglo del adiós de José Gorostiza

Foto oficial del serio funcionario Gorostiza. Foto: INBAL

El sino del escorpión ha fatigado la enésima lectura de Muerte sin fin, el extenso poema mayor —cima de la poesía mexicana, se insiste con certitud—, del escritor y diplomático tabasqueño José Gorostiza Alcalá, tan poeta que en 1901 alcanzó a nacer en la colonial Villa Hermosa de San Juan Bautista, entonces parca comunidad bajo la influencia indígena chontal y convertida, al finalizar la Revolución Mexicana, en la ciudad de Villahermosa. Luego de una larga y productiva carrera como maestro, autor y funcionario del servicio exterior, Gorostiza falleció en la Ciudad de México en marzo de 1973, hace medio siglo, por lo cual el alacrán evoca al poeta y sus Canciones para cantar en las barcas, cuya delicadeza y colorido contrastan con la grave hondura filosófica de Muerte sin fin.

Todo escritor y crítico “de respeto”, dentro del convencional canon literario, ha opinado y escrito sobre Muerte sin fin, superlativa expresión de poesía filosófica, espiritual o hermética (vertiente en donde sobresale Enrique González Martínez, junto a otros igualmente empeñados en alcanzar un contacto con la sacralidad por vía poética). El inicio y a la vez quid de este poema es el mínimo hecho cotidiano del poeta ante un vaso de agua, de donde parte su reflexión hacia preguntas monumentales sobre la existencia humana.

“El desconcierto al que esta poesía arroja al lector es un deslumbramiento del alma”, escribió el dotado poeta suicida Jorge Cuesta. “Un poema de los llamados de ‘tesis’ y de una tesis, además, filosófica, en la que, sin embargo, el encanto propio de las palabras, la magia de la poesía, de la forma, tiene de por sí tanto o más valor que aquella”, destacó Octavio G. Barreda. Al recibir en la Academia de la Lengua a Pepe, como le decían sus cercanos al tabasqueño, Alfonso Reyes expresó: “Aquí, como una coagulación o una evaporación, las inspiraciones bajan y suben entre el cielo y la tierra. El espíritu se materializa. La materia quiere ‘eterealizarse’”. A su vez, Octavio Paz añadió: “Bañada en su propia luz, la poesía de Gorostiza se aísla y se niega, La ‘dificultad’ de ‘Muerte sin fin’ reside en su claridad. Sin esta circunstancia el poema mismo no existiría”.

Más allá de la estructura del poema: dos partes escritas en verso endecasílabo blanco, mezclado con versos de diferentes cantidades, mayormente heptasílabos; más comentarios y canciones intercaladas y, al final, versos octosílabos; e incluso obviando el cuestionamiento sobre la existencia de la divinidad, al escorpión lo seduce la unidad de forma y fondo, la mezcla de espiritualidad y conocimiento mundano del poema dudoso de Dios.

“…que acaso te han muerto allá, / siglos de edades arriba, / sin advertirlo nosotros, / migajas, borra, cenizas / de ti, que sigues presente / como una estrella mentida / por su sola luz, por una / luz sin estrella, vacía, / que llega al mundo escondiendo / su catástrofe infinita”.

El venenoso atestigua como la enceguecedora claridad y la profundidad espiritual de este poema del fenecer incesante, de la muerte sin pausa, no dejó ver, o más propiamente escuchar, la maravilla sonora de sus melódicas “Canciones para cantar en las barcas”, experimento lírico marino del entonces joven Gorostiza, cuyo resultado es delicioso al oído por su tono elegiaco y evocador, aunque, por esos años, el servicio exterior absorbía la energía y voluntad de José, quien se quejó de la situación en carta a su amigo y poeta coterráneo Carlos Pellicer: “No leo. No escribo. Londres me tiene completamente apendejado”. A pesar de ello, sus canciones son un pequeño gran tesoro poético.

Un risueño, fumador y socarrón Gorostiza. (¡Anda muerte, vámonos al diablo!) Foto: SRE

“¿Quién me compra una naranja / para mi consolación? / Una naranja madura / en forma de corazón. / Como se pierden las barcas ¡ay de mí! / como se pierden las nubes / y las barcas, me perdí. // Y pues nadie me lo pide, / ya no tengo corazón. / ¿Quién me compra una naranja / para mi consolación?. Desde la primera vez que lo oyó, hace casi cincuenta años, el escorpión recuerda con frecuencia esta suerte de haikú preciosista de Gorostiza: “A veces me dan ganas de llorar, / pero las suple el mar”, aunque no ha faltado el ocurrente que sustituye la última palabra por “bar”.

A sus dos libros de poesía bien celebrados, José Gorostiza añadió muchos comentarios críticos, rápidos y ligeros sobre literatura y sobre otros autores, material recopilado y publicado en 1969 en el volumen Notas sobre poesía, aún hoy poco valorado en contraste con el encumbramiento de su obra poética. El siempre original crítico literario José Joaquín Blanco resalta esta faceta de Gorostiza: “Como otros miembros de su generación, se preocupó por hacer un arte del oficio menor de reseñista, del columnista cultural de periódicos y revistas, del recado literario y la apostilla o nota al margen, pero Gorostiza no tiene fama como crítico, ni siquiera como prosista; cosa de asombrar, pues resulta uno de los escritores más agudos e informados de su tiempo, que rivaliza con los ensayos, esos sí famosos, de Novo, Cuesta o Villaurrutia”.

“Muerte sin fin” le tomó catorce años al poeta, y al venenoso le gusta ver en ello su venganza a tantos años de burocracia, pues fue personalidad constante en el servicio exterior durante medio siglo. Canciller en Londres en 1927, secretario de la Legación en Dinamarca del 37 al 39, primer secretario en Roma de 39 al 40. Director general de Asuntos Políticos y del Servicio Diplomático en los cuarenta; asesor del representante de México ante el Consejo de Seguridad de la ONU en 1950 y embajador en Grecia en 1951. Del 53 al 64 fue delegado a innumerables conferencias internacionales y de 1965 a 1970 presidió la Comisión Nacional de Energía Nuclear. Sus cargos llenan una extensa lista y se le reconoció por ello. Al final, a la foto oficial del gobierno, donde Gorostiza luce serio y acucioso firmando documentos importantes, el alacrán opone la foto del Pepe sonriente, pleno y fumador, que parece recordarnos, socarrón, la última estrofa de su poema mayor.

Desde mis ojos insomnes / mi muerte me está acechando, / me acecha, sí, me enamora / con su ojo lánguido. / ¡Anda, putilla del rubor helado, / anda, vámonos al diablo!.

@Aladerlgarza

Alejandro De la Garza

Alejandro de la Garza.
Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

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