Los militares siguen acaparando poder. Su papel en la República ya no es el de las leales Fuerzas Armadas al servicio de las instituciones, hoy son un jugador, cada día más importante, en el ejercicio del poder público y económico. El “pueblo uniformado” como los llamó el presidente en una no por cursi menos significativa metáfora, hoy es poder uniformado.
La justificación para darle juego a las Fuerzas Armadas en el gobierno obradorista pasó de la mano de obra barata (el sueldo de los soldados ya está devengado, mejor ponerlos a construir), a controlar instituciones porque, “son los únicos honestos”, como si en las Fuerzas Armadas no hubiera corrupción, y finalmente a son un actor político que está con la transformación. No es menor, como lo señaló el ministro en retiro José Ramón Cossío, que ahora los militares ocupen en el protocolo el lugar de los poderes de la República. El presidente prefiere flanquearse de los secretarios de Defensa y Marina que de los representantes de los poderes Legislativo y Judicial.
Las Fuerzas Armadas ya no son las de antes de 2018. Hoy tienen un peso distinto y una relación diferente con el poder. El gran riesgo para las instituciones militares es la corrupción. La rebanada del pastel que tienen en sus manos es mucho mayor, y la posibilidad de que se corrompan también. La corrupción no es un asunto de buenos y malos, sino de sistemas, pesos y contrapesos. Los que manejaban las aduanas no nacieron malos. Si se desarrolló la corrupción fue porque alguien vio la oportunidad, el sistema se los permitió y cuando lo hicieron nadie los castigó. Si de algo podemos estar ciertos es que si no cambiamos los sistemas la única diferencia entre los civiles y militares es que la corrupción cambiará de manos. La Guardia Nacional no será menos corrupta que la Policía federal si no aseguramos una forma de control y vigilancia; hoy tenemos menos control de lo que sucede en este gran cuerpo policial de lo que teníamos antes, que ya era poco. Tener el control del espacio aéreo significará más poder y dinero en una institución sin contrapesos. Darles voz y voto a los militares en el consejo de ciencia y tecnología les permitirá meter las manos en las universidades.
El presidente sabe muy bien a qué juega. Mientras en los poderes de la República lo que encuentra es contrapesos e intereses cruzados, en las Fuerzas Armadas tiene lealtad asegurada. El problema es que esa lealtad hoy tiene además un interés específico expresado en dinero o en poder. El único contrapeso a los empoderados militares que rodean al presidente está hoy dentro de las mismas instituciones de las Fuerzas Armadas; los mandos desplazados o que simplemente no están de acuerdo con el nuevo papel que se les ha asignado en la administración pública y en la vida democrática. De ellos depende en gran medida que algún día podamos regresar a los militares a sus cuarteles.