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“Ahora, los protagonistas son otros, que con igual actitud imponen sus mayorías, legítimas, hay que decirlo”. Foto: Cuartoscuro.

Afortunadamente, querido lector, el presidente López Obrador apareció la semana pasada para aclarar el ambiente lleno de rumores y maledicencias, y retomó su ritmo de trabajo, con más energía que antes, incluso. Celebro que se encuentre bien de salud, y que pueda seguir desarrollando el trabajo para el cual se le eligió. El episodio, sin embargo, dejó ver algunas cosas preocupantes, como las mentiras que diversos funcionarios dijeron esos días para encubrir un desmayo que la prensa reportó y resultó verídico. Es preocupante, realmente, constatar que nos pueden mentir y que toda la veracidad del gobierno descansa únicamente en el presidente quien exhibió las mentiras de sus propios colaboradores.

En el otro espectro, el de la oposición, también hay novedades. A mí, que durante toda mi vida estuve de parte de la izquierda, me sorprende que gran parte de las personas que apoyan a la oposición en redes sociales, no tengan la menor idea de lo que ocurrió en el país desde el año dos mil. Me deja boquiabierta que piensen que el Congreso, en cualquiera de sus cámaras, nunca había sesionado en sedes alternas, que nunca se había tomado la tribuna y que nunca se habían impuesto mayorías groseras. Es como si hubieran vivido en Marte, querido lector ¿pues dónde estaban? Obviamente, la pregunta es retórica. Estaban, se entiende, compartiendo la narrativa mediática que calificaba a quienes tomaban la tribuna (los izquierdistas) de antidemocráticos, berrinchudos, etc. Seguramente ya se les olvidó, les pasó de noche, o deliberadamente fingen demencia para asentar la narrativa de que “por primera vez” han sucedido estas cosas. Y es que necesitan crear la narrativa –ampliamente difundida estos días en los medios- de que Morena “secuestró” el Senado, que con ilegalidades impusieron una mayoría en la aprobación de leyes. Es realmente delirante, si uno lo examina con calma. El cinismo descarado de quienes pararon los trabajos legislativos, obligaron a la mayoría a sesionar en otra sede, claudicaron a su obligación de participar en ellos, sencillamente no se presentaron. Dígame si no es de un cinismo escandaloso que ahora se quejen de que no hubo diálogo ni se discutieron las leyes y que el Senado sesionara en otra sede ¡si ellos lo causaron!

El motivo de su deshonestidad, y deslealtad democrática, es evidente: si hubiesen sesionado con normalidad, y hubiesen presentado todas las reservas, muy probablemente no hubieran conseguido parar la aprobación de las leyes, por la sencilla razón de que no tienen la mayoría para hacerlo. Por eso, reventaron la sesión. Para obligar a los senadores a moverse de sede, para luego impugnar ante el poder judicial la sesión e intentar ganar, de manera desleal, lo que no ganaron en las urnas. La foto de la senadora Xóchitl Gálvez encadenada a la silla del Senado para evitar que se llevaran a cabo los trabajos legislativos por la fuerza, resume muy bien el espíritu antidemocrático y autoritario de la oposición. Una oposición que esencialmente no está de acuerdo, ni respeta, la idea misma de democracia, donde las mayorías ganan. O que comparte los ideales democráticos solo si ellos tienen la mayoría y pueden imponerla, como lo hicieron durante años.

Lo novedoso no es que esto suceda, pues. Durante décadas, la oposición prianista aplicó su grosera mayoría a la izquierda, que era una minoría. Aprobaron leyes y reformas constitucionales, dentro y fuera de la sede del Congreso, con la abierta oposición de la izquierda que buscó a través de todos los medios detenerlas, sin éxito. Ahora, los protagonistas son otros, que con igual actitud imponen sus mayorías, legítimas, hay que decirlo.

Quizás, la verdadera novedad, sea que en esta ocasión las campañas mediáticas de desprestigio estén dirigidas a la mayoría gobernante, no a la oposición minoritaria. La misma prensa que criticaba a la izquierda por tomar la tribuna hace años, ahora aplaude a la oposición por hacer exactamente lo mismo: exhiben sin pudor sus intereses políticos. A pesar de los años, y del cambio que hubo en el país, son los mismos y actúan de la misma manera, siguen siendo un actor político, claramente, que busca imponer la narrativa opositora entre la gente, presentándola como si fuera opinión independiente.

Déjeme detenerme aquí, querido lector, para hacer una acotación en torno a las leyes que se han aprobado. O mejor dicho, en torno a su legitimidad. A mí, me preocupa, esencialmente, este punto. Independientemente del acuerdo o desacuerdo que se tenga con ellas, es evidente que si una mayoría de ciudadanos gana el poder tiene la legitimidad para cambiar leyes e incluso para cambiar instituciones, siempre y cuando se haga de manera legal. Así, se ha modificado la Constitución muchas veces en las últimas décadas, a pesar del desacuerdo de minorías opositoras. Es obvio que Morena tiene esa mayoría de manera legítima y también que su proyecto de país es completamente distinto al de las otras fuerzas políticas, que fueron desplazadas en 2018. A mí, me inquieta que esto sea negado explícitamente en el discurso hegemónico de los medios y el ejercicio de sus legítimas facultades sea presentado como un acto ilegal y fuera de la democracia. Esta narrativa tendenciosa y falaz, es escandalosa porque significaría que habría mexicanos que pueden gobernar y otros que no, aún si ganan las elecciones mayoritariamente. De hecho, pone en entredicho la igualdad que la Constitución nos otorga a todos y exhibe la naturaleza clasista y hasta racista del antiguo status quo del poder en México, conformado mayoritariamente por la misma clase social privilegiada, que se perpetuó durante décadas en el gobierno y que cree que su proyecto de país debe imponerse, a pesar de haber perdido las elecciones, como si tuvieran algún tipo de derecho divino sobre leyes e instituciones.

No, querido lector. Las minorías políticas, sus élites intelectuales y sus medios, tienen que entender que en democracia las mayorías ganan y que, si se quiere cambiar el proyecto del gobierno, la concepción del país, debe convencerse a la ciudadanía para obtener una mayoría de votos, no encadenarse a sillas para evitar deliberaciones y luego acusar a la mayoría de autoritaria.

Cualquier tentativa distinta es una forma de deslealtad, porque en efecto, el pacto social democrático consiste en aceptar la voluntad mayoritaria del pueblo, así los favorezca o no.

 

María Rivera

María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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