“Sé hipócrita si te place, pero ni una sola palabra como hipócrita”.
—Tartufo, Molière
Contra inspirado en García Márquez, puedo afirmar que en el tiempo de Denis Diderot el mundo era tan viejo que existían muchas cosas innominadas que había que señalarlas con el afilado cálamo que los filósofos utilizaron para escribir la Enciclopedia, difundirla y marcar un nuevo curso a la historia a través de preconizar líneas de pensamiento que terminaron con la oscuridad del absolutismo en el que poder, religión e iglesia católica lo imbuían de un destino exclusivamente monolítico y excluyente por sus privilegios.
La prosa de aquellos filósofos se tornó grito libertario en toda Europa y se extendió por todo el mundo. Diderot, Rousseau, Voltaire y muchos más de su generación, esbozaron brillante y altaneramente un futuro que hoy sabemos llega hasta nuestros días. Diderot plantea los dilemas, las tensiones, las antinomias de un mundo naciente en las postrimerías del feudalismo francés.
Quizás por eso Marx gustó de esa prosa. No pudo ser de otra manera si el mismo Diderot visualizó que “es terrible sostener el propio juicio en contra del juicio de la multitud, en especial cuando la multitud comparte la misma opinión”.
Hace unos días terminé la lectura del libro Diderot, biografía crítica, de Philip Nicholas Furbank. He de confesar, de inicio, que de mucho tiempo atrás tengo afecto por el siglo XVIII francés y sus filósofos que tanto han influido hasta ahora como preconizadores de la Ilustración y de sus muchos aportes para la concepción de la política y el poder que llegan hasta nuestros días y que en algunos aspectos continúan siendo aire fresco en un mundo cargado de incertidumbres, neofanatismos y cabezas de y con poder cerradas a la razón.
Diderot tiene hoy, a mi juicio, una vigencia enorme para entender los retos de la cultura, en especial el malestar con ella, cuando vemos que al amparo de las instituciones que produjo la Ilustración, se destruyen sus mejores y valiosos legados. La pandemia reciente, por ejemplo, develó el rostro de jefes de poderosos estados proclives a la superchería, la ceguera y la superficialidad para valerse de la ciencia en un momento tan difícil que reclamó el ineludible llamado de la misma.
Los autores ingleses han sido, por su rigor y erudición, grandes maestros de la biografía, en particular de las que tienen que ver con los grandes pensadores. Reconstruyen con apego a los hechos y objetivamente a los gigantes del pensamiento, la política o la guerra, explicando trayectorias y significados, la hondura y trascendencia del papel que han jugado.
El caso de Philip Nicholas Furbank no es excepción. A él debemos dos obras cimeras contenidas en sendas biografías: una sobre Denis Diderot, que en este texto comento; y la otra de Daniel Defoe, que nos heredó Robinson Crusoe.
Resulta irónico, por decir lo menos, que en el siglo XXI se tenga que estar defendiendo un legado cuya valía resalta y es demostrable por sí misma, más cuando se involucra la salud de millones de seres humanos. El talante de gobernantes del tipo de Trump, Bolsonaro o López Obrador, que mostró una estampa religiosa como antídoto contra la pandemia del Covid-19, obliga a un debate y réplica, y la obra de Diderot, a la par de otras, proporciona herramientas excelentes y, además, sencillas de utilizar porque son pródigas en un escepticismo valioso, propicio.
La biografía que comento abona mucho para una mejor concepción de nuestro tiempo, no obstante que el personaje central vivió y desplegó su pensamiento y obra hace dos siglos y medio, en antelación y cercanía a lo que vendría después con la Revolución francesa de 1789.
Diderot es famoso, junto con D’Alembert, por la Enciclopedia, que en su tiempo quiso abarcar la totalidad del conocimiento mezclando, fecundamente, los grandes temas filosóficos, como el empirismo inglés, con el desarrollo de la ciencia; pero también de los oficios y las industrias, así como conceptos de la naturaleza. “Apresurémonos por popularizar la filosofía”, dijo el filósofo. Por esa consigna, la Enciclopedia palpitó en Francia y en la Europa del siglo XVIII, llamado “De las luces” como uno de los grandes jalones de la historia, para dejar atrás el feudalismo, la teología barata y jesuíticaabyecta que justificó a ultranza al Antiguo Régimen, el absolutismo y sus monarquías. Incluso las clases dominantes vieron en la Enciclopedia un adversario, pero también un aliento que dio pie a lo que se conoce como el “despotismo ilustrado”.
Bajo la conducción de Diderot, la Enciclopedia fue más allá de los tema abstractos, propios de la filosofía, la estética y las artes, para convertirse en una gran empresa práctica y técnica del capitalismo mercantil, que desarrolló oficios y factorías. Para decirlo anecdóticamente, la Madame de Pompadour, la influyente amante real, en el sentido que a este concepto da Luis A. Coser, de alguna manera defendió la Enciclopedia frente a la monarquía porque ahí estaban escritas la forma en que se tejían sus medias de seda.
Recientemente, incluso el novelista español Arturo Pérez-Reverte, en su novela Hombres buenos narra las peripecias de dos miembros de la Real Academia Española que fueron comisionados por Carlos III para hacerse de una colección completa de la publicación encabezada por Diderot.
La biografía de Furbank nos habla de todas las facetas de su personaje, desde la juventud y su primera experiencia con la represión, cuando estuvo preso, justamente por su forma de pensar. Describe los porqué del nacimiento de la Enciclopedia, el gran equipo de hombres que trabajaron su pluma para hacerla posible y universal, y que, distantes del concepto de Pérez-Reverte, Philipp Blom les asigna con mayor tino la reputación de “gente peligrosa”. No está para menos, si ahí encontramos a Juan Jacobo Rousseau, amigo cercano y distante de Diderot y que Furbank documenta brillantemente.
Al leer la biografía cobra presencia un Diderot poliédrico, de 60 mil entradas que tiene la Enciclopedia, él aportó 600 textos que en un ramillete muy amplio de temas va mostrando sus afinidades electivas en materia de filosofía, arte, pintura, música, teatro, relaciones políticas de altísimo nivel como las que lo llevaron a Rusia con la zarina Catalina La Grande, de la cual fue bibliotecario. Pero a la vez Diderot fue esposo, amante de Sofía Volland, y padre de familia atingente con su hija Angélica, a la que formó y que, pasado el tiempo, se convirtió en una de sus albaceas intelectuales, a partir de la cual la propia biografía del filósofo se conoce, en detalles que dan mucha luz sobre la obra del enciclopedista.
El tema de la estatuaria, a la que en algunos casos el filósofo le deseaba conceder derechos humanos, Furbank ofrece una visión del Diderot de su tiempo, adversario del fanatismo religioso, en lo que se suele poner el principal acento, pero que lo lleva a convertirse, además, en un crítico de arte, de la dramaturgia, la ópera, la pintura de su época, mostrando el germen del feminismo. Y a ese juego, frecuentemente intangible, que también es parte de su obra, hace posible que un gran pensador vaya abriendo caminos en un mundo difícil y adverso, sin confrontarlo demasiado al grado de poner en riesgo lo fundamental del objetivo, destruyéndolo, o mejor dicho, superándolo.
Obras como Carta sobre los ciegos y la Carta sobre los sordomudos y La religiosa habrían bastado por sí mismas para que Diderot tuviera un lugar reservado en el mundo y en la historia de las ideas. Es magistral la forma en que navegó frente a la censura para publicar críticas que erosionaron a la monarquía francesa, que pocos años después de la muerte del filósofo fue barrida por la revolución de 1789, que trascendió fronteras y entregó una Europa que llega hasta nuestros días.
Según las investigaciones de M. J. Lasky, existe una correspondencia muy importante entre Diderot y Voltaire, otro gigante de su época. Este investigador reseña cómo Voltaire sostiene que esa monarquía francesa obligaba a mentir y de todas maneras perseguía a los pensadores disidentes y críticos por no mentir bastante. Diderot, a su vez, lo apuntó de manera brillante: “Desprecio a los estúpidos bárbaros que condenan lo que no comprenden, y a los malvados que se unen a los tontos para proscribir lo que los ilumina” (Melvin, J. Lasky. Utopía y revolución, pp 174, 184. FCE).
Tiempos difíciles, sin duda, pero que también mostraban la fortaleza avasalladora del pensamiento ilustrado en la conducta del censor principal de la monarquía, Malesherbes, que en realidad, en un momento de persecución y censura graves, se convirtió en el salvador de la Enciclopedia, al ofrecer su propia casa para resguardar la documentación. Era el único lugar a donde no llegaría la policía del pensamiento del monarca absoluto.
Por encima de todo lo anterior, en lo personal destaco la obra El sobrino de Rameau, como la sugiere Furbank. Se trata de una obra largamente trabajada por Diderot, pero que se conoció mucho tiempo después de su muerte. Existe la leyenda de que Goethe la tradujo –o encargó su traducción– en 1805 y que influyó de manera notable en la obra de Hegel, La fenomenología del espíritu. Algo de esto es demostrable a la luz de otras investigaciones. Esta obra se publicó aquí en México en 1942 por primera vez por la Editorial Quetzal, en una traducción de Rafael Sánchez de Ocaña, pero que alcanzó a difundirse prácticamente sólo en los cenáculos de la intelectualidad, sin mayor trascendencia en el empleo de los filos que la obra ofrece para explicar y transgredir no pocas cosas que nos afectan, aun en la actualidad, sobre todo en el ámbito de las relaciones políticas, donde priman los parásitos, los doble moral, los cínicos y los lisonjeros.
Como suele suceder, la lectura de la biografía sobre Diderot me llevó a El sobrino de Rameau, y la leí atento también de la introducción, traducción y notas que le aportó Adolfo García Ortega, esbozando tesis relevantes para la nueva recepción de esta obra tan importante en nuestro tiempo, especialmente en el México de hoy (El sobrino de Rameau. Diderot, Denis. Editorial Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020).
Jean-Philippe Rameau, en este caso el tío, fue un notable músico ligado a la monarquía, y por tanto con una obra propia del talante estético francés del Antigua Régimen. En torno a su obra musical y de otros autores, se abrió una polémica muy fuerte que pretendía introducir a Francia los nuevos patrones de la música que venía arrollando desde Italia. A esa polémica se le llamó la “Querella de los bufones” y se extendió por Francia, pero sobre todo en París, en sus cafés, salones y tertulias, de tal manera que cuando se discutía de música, subrepticiamente se cuestionaba también la política de estado y en general a la cultura dominante y, como lo sabemos ahora, eso contribuyó grandemente a erosionar los cimientos de la vieja monarquía. Se escuchó que en realidad el mismo rey era su propio bufón.
El sobrino de Rameau es un diálogo entre un “Yo”, que es Diderot –y puede no serlo– y el sobrino del músico notable, también músico, llamado “Él”, de alguna manera fracasado porque no logró las metas de su tío, del cual llega a quejarse. Esta obra se puede entender como una sátira de los parásitos, cínicos y lisonjeros en la que se abordan temas como la mediocridad, la mentira, el trabajo intelectual mal remunerado, el preguntarse quién soy, el ocultamiento de los defectos contra el sentido común. Hay también una disputa sobre la apología de la ignorancia, la ingratitud, el acogerse a los protocolos, la crítica a autores coetáneos, las injurias que a nadie ofenden, el papel de los bufones, no nada más en la corte sino en la vida cotidiana y el papel de la verdad.
En todo esto hay una mezcla en que la ironía es burlarse o reírse de los otros o de sí mismo. Se trata de una ironía que traza distancias, rechazos y reducción misma de la propia dignidad vía el desengaño y en el que el cinismo aparece y rebasa el rechazo mismo de las convenciones sociales, los principios consagrados, los buenos sentimientos siempre alabados, pero en realidad sobajados. Está presente lo que se hace más que lo que debería de hacerse.
Tengo en El sobrino de Rameau y en su lectura crítica un gran punto de partida para construir un modelo que nos permita comprender a la sociedad actual en la que vivimos, la mexicana de hoy, su hipocresía en la que la verdad no gusta y hasta se puede fornicar con la madre si eso conduce a un puesto público, o la idea muy recurrente entre nosotros de que no importa que no haya gloria cuando al menos haya puchero. La pantomima, y lo más lamentable, la pantomima de los pobres.
Vivimos hoy en la sociedad de la simulación en la que se recomienda y práctica ser hipócrita sin que se note, o cínico sin aparecer realmente como tal, y de eso la obra proporciona elementos valiosos para, cambiando lo que haya qué cambiar, se confeccione un nuevo molde para el análisis y superación del cretinismo y corrupción actuales.
Sostengo que a partir de El sobrino de Rameau se pueden construir teorías que superen toda esa literatura existente en México que habla en clave de picarezca, carácter, idiosincracia, filosofía del mexicano con complejo de inferioridad, fenomenologías de gabinete que incluso pueden conducir a revalorar y trascender la obra de Octavo Paz, El laberinto de la soledad. Ya no puede ser más el tiempo en el que se pida al intelectual que busque a su líder político –a su príncipe– para que lo ponga al frente del movimiento, simulando que jamás le disputará el poder.
El genio de Humberto Eco está presente en la biografía de Furbank porque es precedida en el propio libro de una conversación, a manera de prólogo, entre Diderot y el notable italiano en el que se afirma que “los caminos de la libertad son infinitos”, y eso se debe tener presente en el México contemporáneo. Diderot, según Eco, vivió “en el poder, pues quedarse fuera sólo sirve para mitigar la mala conciencia”. Pienso que se puede estar fuera, y hoy es importante estarlo.
Entiendo que es duro vivir a contracorriente de los sueños, ideales y convicciones, y más cuando se hace desde el desván del abandono. Pero estoy convencido de esto: quien lee a Diderot jamás estará solo. La biografía de Furbank es un muy buena puerta de entrada.
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FURBANK, Philip Nicholas. Diderot, biografía crítica. Traducción del inglés de María Teresa La Valle. Emecé Editores, Barcelona, 1994.
Jaime García Chávez
Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.