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Una novela debe plantear preguntas y responderlas en la narrativa: Gabriel Rodríguez

El escritor mexicano Gabriel Rodríguez Liceaga habló con SinEmbargo sobre su novela La sombra de los planetas, un relato a dos voces que narra un día en la vida de pareja de Damiana y Santiago.

Ciudad de México, 16 de marzo (SinEmbargo).– ¿Por qué no fuimos abortados? Es la pregunta con la que empieza La sombra de los planetas (Random House), novela del escritor mexicano Gabriel Rodríguez Liceaga, quien señaló en entrevista cómo este género hoy en día tiene que generar cierto tipo de cuestionamientos.

“Una novela hoy en día tiene que plantear preguntas y responderlas a partir de la narrativa. Creo que tenemos que ser más responsables con nuestro trabajo literario porque ya nada más contar historias se queda medio corto, sobre todo, en una época histórica donde todo es identidad, donde estamos tratando de ver quiénes somos. Este es el siglo de las identidades y entonces, no hay mejor forma de descubrir quiénes somos, que haciéndose las preguntas correctas en el momento correcto”, comentó Rodríguez Liceaga a SinEmbargo.

La sombra de los planetas transcurre en medio de la vorágine diaria de la Ciudad de México a través de la mirada de Damiana, quien pierde su empleo como maestra por dejarles de tarea a sus alumnos preguntar por qué no fueron abortados, y la de Santiago, su pareja, quien enfrenta la cotidianidad de un trabajo con “horas nalga”, las cuales aprovecha adentrarse en sus cicatrices internas. Cada uno está sumergido en su mundo interior y no alcanza a comprender qué es lo que le pasa al otro sin darse cuenta de alguna manera que mucho de la introspección que tiene cada uno de ellos, hay coincidencias que tal vez no sean visibles.

De esta manera, el lector seguirá los pasos de Damiana que recorre el lado menos vistoso de la Ciudad de México, y de Santiago quien pasa su tiempo entre la edición especial de una revista y sus amores pasados, y lo hará a partir de una narración en la que podrá conocer todo sobre los dos protagonistas, incluso aspectos que ellos desconocen el uno del otro.

“Sí quise enfocarme mucho en esta idea de que realmente nunca sabes qué piensa el otro. O sea Santiago jamás tiene idea de lo que está pensando ella a lo largo del día y viceversa. El lector sí y entonces a partir de estar leyendo estas apasionadas vidas internas nos damos cuenta de la imposibilidad del amor a pesar de que ellos sí se comunican, sí se aman, sí se están procurando. Es un poco lo que quise hacer”.

La sombra de los planetas, el último libro de Gabriel Rodríguez.

—¿Uno de los aspectos que quieres mostrar en La sombra de los planetas es esta vorágine cotidiana que implica vivir en la ciudad de México?

—Vivimos en una ciudad muy vertiginosa y cambiante. Por la calle de Madero ha pasado toda la historia de México y ahora hay un Miniso. La pandemia cerró muchísimos lugares y abrió otros. Estoy sorprendido, vivo en una calle que era como muy, muy, tranquila y ahora en frente hay un lugar de mariscos, abajo hay una pizzería y pues siguen aquí los sindicalizados de Luz y Fuerza. Es muy difícil darle seguimiento a los movimientos de la ciudad, yo siento que que vivimos en una perpetua obra negra, no recuerdo si en esa novela lo digo, que es tanto lo que se modifica la ciudad que da la impresión que el estado perfecto de una ciudad es su ruina, que nunca va a acontecer.

—Y bueno, ya entrando en materia, uno va conociendo esta vorágine a partir de los ojos de Damiana y de Santiago. Cada uno está sumergido en su mundo interior y no alcanza a comprender qué es lo que le pasa al otro. ¿De qué manera buscaste tejer esta relación y estos puntos de discordancia entre uno y otro?

—Esto está un poco atado a la primera pregunta en el sentido de que a final de cuentas son las odiseas paralelas de mis dos personajes, de Damiana y de Santiago.

La de Santiago es introspectiva hacia su pasado emocional, es una sucesión constante de parejas emocionales que tuvo y el hilo narrativo en estas es que al final no se quedó con ninguna de ellas y al final con ninguna de ellas hizo familia.

El caso de Damiana tiene que ver con recorrer la ciudad. Traté de que esta vez no esté como en Reforma, en la Condesa, en el Centro. Está viajando en La Pensil, en La Anáhuac, acaba en la Chimalistac, es decir, su viaje por la ciudad no es un viaje tan normal, no es un viaje turístico. Soy de la idea de que hoy en el siglo XXI, toda mujer caminando en la calle, es una mujer marchando, es una mujer con una postura, es una mujer que avanza.

Cada uno como que cosecha una necedad de su dolor, de su dolor más inherente, y entonces te das cuenta de que a pesar de que se mandan mensajitos de ‘te amo’, se mandan mensajitos de oye, ya voy para la Chimalistc’, o se manda mensajitos de ‘ya mero salgo’, al final ves que hay como eso que los desune.

Sí quise enfocarme mucho en esta idea de que realmente nunca sabes qué piensa el otro. O sea Santiago jamás tiene idea de lo que está pensando ella a lo largo del día y viceversa. El lector sí y entonces a partir de estar leyendo estas apasionadas vidas internas nos damos cuenta de la imposibilidad del amor a pesar de que ellos sí se comunican, sí se aman, sí se están procurando. Es un poco lo que quise hacer.

—El lector ve cosas que evidentemente los personajes no pueden ver, que es una de las cuestiones bondadosas de tu narrativa.

—Como una especie de lector omnisciente, ¿no? El lector sabe del pasado de ella, cosas que él no tiene ni idea y entonces cuando se pelean, tú sabes por qué está cada uno. La postura que están tomando traté de que estuviera muy justificada.

—¿La idea de mostrarlos así como lo estás platicando ahorita, es una reflexión, una crítica o simplemente poner en un escaparate la cuestión de las relaciones, las relaciones personales, las relaciones humanas en la actualidad?

—Estamos ahorita en una en una época de héroes, en el sentido de que a mi entender ser héroe es estar en contra de tu tiempo y me doy cuenta de que somos una generación que creció sin Internet y que de pronto ya utiliza toda la tecnología, las telecomunicaciones, las redes sociales, las usamos como si siempre las hubiéramos tenido, pero la verdad es que fue un parteaguas histórico en el que quedamos en medio, eso por un lado, somos héroes en el sentido de que estamos en contra de lo que hoy es nuestro día a día.

Estos dos personajes, por diferentes razones, creo que responden a una cuestión que sí está pasando, generacional, de ya no querer reproducirnos, de no querer construir ya estructuras familiares, de querer un poco ir del amor romántico, de querer un poco hasta de los roles de género. Si te fijas son dos personajes que son, en ese sentido, héroes porque están en contra de mantener a la especie viva y que en el caso de ella es dolorosísimo y en el caso de él, ni siquiera lo entiende, pero pero se da cuenta a través de un ejercicio terapéutico, pues que los dos van a pasar por la tierra sin dejar este descendencia.

Yo no sé, esto ya no es un juicio moral, es un juicio de un novelista. Yo no sé si vinimos al mundo a reproducirnos o no, pero creo que esta novela hace esa pregunta, no, ‘¿por qué no fuimos abortados?’ es la pregunta con la que empieza el libro.

—Y al mismo tiempo es hasta una cuestión filosófica de ahondar en la condición humana, un tema recurrente a lo largo de la literatura…

—Una novela hoy en día tiene que plantear preguntas y responderlas a partir de la narrativa. Creo que tenemos que ser más responsables con nuestro trabajo literario porque ya nada más contar historias se queda medio corto, sobre todo, en una época histórica donde todo es identidad, donde estamos tratando de ver quiénes somos. Este es el siglo de las identidades y entonces, no hay mejor forma de descubrir quiénes somos que haciéndose las preguntas correctas en el momento correcto porque además mis personajes ya no son unos jovencitos, o sea, se acercan peligrosamente a los 40.

A mí me da mucha risa cómo no hay una mesa de desconocidos en las que me siente sin que todo mundo empiece a hablar de su edad, como que el tiempo transcurrido nos aterra y entonces, en ese sentido, esta novela de alguna manera sí es una despedida de la juventud, a una juventud quizá promiscua, quizá emocionante, quizá de desmadre, a una a una juventud donde uno busque el amor todos los días, nos nos educaron a estar buscando constantemente completarnos con con otro ser y, de pronto, pues ya estos dos personajes se van a enfrentar ya la vida adulta después de esta novela, ¿me explico?, incluso hay hasta como llegar un disgusto pasajero por el tiempo que les tocó, siento, ella misma no encuentra ya el sentido para ser artista, de alguna manera sus búsquedas artísticas son raras, hay una cuestión de meme llevado en serio; y él no está escribiendo una novela, él no es un novelista, él está haciendo un trabajo terapéutico para sanar un dolor.

—¿Este texto de alguna manera también representa o materializa todas las inquietudes y puntos de esa generación que se acerca a los 40?

—Pues no sé si sí o no, o sea, yo me doy cuenta de que esta novela se suscribe un poco a varios a un tipo de literatura donde es a partir de las relaciones de amor, pues un poco explicar el contexto. Naturalmente pienso mucho en Rayuela, Rayuela como que pues ya hasta los planteamientos amorosos de Rayuela son medio arcaicos a pesar de que es muy lúdica, ya es una forma de buscar el amor como pues bien chafa, no, o sea, incluso, pues se les muere el bebé Rocamadour me acuerdo y pues, o sea, creo que la pérdida de un bebé narrativamente hoy en día es completamente diferente a como Cortázar la planteó, entonces también creo que tenemos que estar escribiendo sobre nuestros tiempos y entonces, pues yo quise escribir una novela de la historia de amor de dos personas que atravesaron el siglo, que crecieron en un mundo y buscaron el amor en otro, y que al final es una infinita lista de fracasos, la de él y ella es como un dolor que jamás se va a curar.

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