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Algo tiene que pasar – SinEmbargo MX

Algo tiene que pasar muy pronto con las instituciones que se encargan de regular la vida de los partidos políticos, organizar las elecciones y contar los votos. Y algo tiene que pasar, además, con el sistema de partidos que tenemos. Su colapso es inminente. Alguien con la cabeza fresca debería estar pensando qué sigue para la democracia mexicana.

En ningún país del mundo, que yo sepa, el órgano electoral se organiza con una de las fuerzas políticas para enfrentar a la otra, como sucede aquí. PRI, PAN y PRD salieron a una marcha que se llamó “El INE no se toca”; enseguida, casi con los mismos colores y la misma tipografía, el presidente Consejero del INE publica un libro de recortes e ilustraciones que le permite hacer una gira en medios y en ferias de libros con el lema “La democracia no se toca”; y luego, con diferencia casi de horas, PRI, PAN y PRD anuncian otra marcha que se llama “Mi voto no se toca”. La obra ni siquiera necesita nombre, o es un nombre que no le va a gustar a muchos.

Para confrontar a la otra parte que no les simpatiza, PRI, PAN, PRD y el presidente Consejero del INE lanzan una misma campaña, con ayuda de los medios e incluso con el impulso (ya lo verán) de algunos de los dueños de ferias de libros. Lamento decir que el peor de los presidentes del Instituto Electoral no es Luis Carlos Ugalde, impuesto por la multimillonaria exdirigente sindical Elba Esther Gordillo. Ahora creo que Lorenzo Córdova ha logrado lo imposible: convertir un organismo que lleva años sometido a la duda, en uno que se cae a pedazos. Y mientras coloca dinamita en los pilares, grita: ¡cuidado, aguas, nos están lanzando cerillos encendidos! ¡El INE no se toca!

Pero no son sólo los órganos electorales los que colapsan. Es también el sistema de partidos, como bien observaba en días pasados Fabrizio Mejía. Y es entendible que PAN, PRI y PRD se resistan al colapso, faltaba más: de su desempeño depende el salario de muchos y el orgullo de sus cúpulas. Lo peor es que Córdova ha decidido que ese colapso natural, producto del vencimiento de estructuras viejas, arrastre a la autoridad electoral. 

Y todo estaría bien si hubiera alguien, una o diez personas, con la cabeza fresca y alejada de intereses partidistas, pensando qué sigue para la democracia mexicana porque algo va a pasar, y pronto.

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En agosto de este año veremos un fenómeno dramático que depende, realmente, de muy pocas variables. Es decir: no hay espacio para especular demasiado: lo veremos, en un sentido u otro. 

Empiezo con el PRD. Es previsible, según casi todos las encuestas, que en agosto pierda su registro en Estado de México (en Coahuila no tiene) y quedará a expensas únicamente del resultado de 2024. Necesita desesperadamente votos o desaparecerá a nivel nacional. La única fórmula que Jesús Zambrano y Jesús Ortega conocen para recuperar algo de lo perdido es apalancarse con otra fuerza mayor, sea la que sea. Pero PRI y PAN están en su propia crisis y no repararán en la del PRD. Lo dejarán a su suerte y de alguna manera se entiende. Zambrano se quejaba la semana pasada del comunicado firmado por sus socios, sin él. Es que ése es su futuro, y quizás el dirigente nacional perredista deba entender desde ahora que, producto de su propio desempeño, muy pronto Marko Cortés y Alejandro Moreno dejarán de tomarle llamadas. Porque ya no les significa nada. El PRD es nada, ahora mismo. Después de 2024, según las encuestas, ese partido histórico dará para ser considerado, quizás, entre algunas de las organizaciones (como doscientas) que se agrupan en torno a los proyectos de Claudio X. González, y ya.

El partido Movimiento Ciudadano va, pero no va a la siguiente elección. Sus números serán bajos (no al nivel del PRD, por supuesto) en Edomex y Coahuila. Pues sin mover un dedo, en agosto de este año, sólo porque antes ganó Nuevo León y Jalisco, podría convertirse en una segunda o tercera “fuerza” nacional, y entrecomillo “fuerza” porque tampoco es, digamos, un músculo notable; no es un cohete a la luna. Su crecimiento es virtual y se deberá al tamaño de la crisis de PAN y PRI. Hay que comprender esto: si los priistas pierden sus dos gubernaturas en 2023, se quedarán con una compartida: la de Durango. No hay espacio para especular demasiado: el dueño de MC –desde hace décadas–, Dante Delgado, puede ir abriéndose la champaña.

Al PAN le pasará algo muy parecido que a MC: en 2023 pareciera que no va a elecciones. Con quedarse en casa se habría confirmado “el rey de los enanos” porque el panismo no crece y quienes se desbarrancan son sus dos socios, PRI y PRD. Los panistas no tienen presencia en Coahuila y no suben en Edomex. Si le va bien, si ganan algo, es por la estructura priista que tanto denunciaron como ilegal en el pasado.

Sí, los partidos más antiguos de México verán su suerte este año. El problema es que ni eso los hará cambiar. Se agarran de la crisis del INE para hacer ruido y para marchar, no porque tengan algo que decir. Porque, en el fondo, es eso: tienen poco qué decir y lo que deben decir, no lo dicen. Deberían disculparse, los tres partidos, con los mexicanos por tanta violencia, tanta corrupción, tanta desilusión que trajeron sus gobiernos. No lo harán. Entonces se irán hundiendo aferrados a una idea. Y en el camino, con la complicidad de Lorenzo Córdova, arrastrarán a las instituciones electorales.

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Una idea ganadora para los partidos de oposición: aceptar que deben cambiar, y emprender la hazaña. Una idea ganadora que dejarán en el olvido, por supuesto, porque para que eso suceda se requeriría la renuncia en masa de Marko Cortés, Alejandro Moreno, Jesús Zambrano y Dante Delgado, caciques de sus propias parcelas; acaparadores del poder institucional.

Porque es paradójico que lo que les da coherencia (y cohesión) opera desde las periferias. PRI, PAN y PRD marchan al ritmo del tambor de un proyecto externo, empresarial, organizado desde una élite que se dice “sociedad civil”. No es sociedad civil. Claudio X. González no representa a la sociedad civil. La sociedad civil no es una sociedad, en todo caso, sino muchas sociedades civiles. Él representa a una élite, a un grupo empresarial y punto. Y sólo PRI, PAN y PRD no se dan cuenta que aceptar la cobija de una élite es vestirse de esa élite, de sus colores y de sus intereses.

Pero los partidos de oposición no cambiarán porque pasa por derrocar a sus propios dirigentes, que defienden en las calles “la democracia” entre comillas, pero la democracia en sus propios partidos no se toca. Alejandro Moreno Cárdenas modificó los estatutos para mantenerse hasta después de la elección del candidato para 2024 y antes había impulsado una verdadera revuelta para modificar las estructuras del PRI en los estados de tal manera que las dirigencias locales respondieran a sus deseos.

El PRD está en control de una fracción conocida como Los Chuchos” y lo que queda en esa fuerza que algún día ganó la Presidencia responde a los intereses de Jesús Zambrano y de Jesús Ortega, quienes a su vez reaccionan a lo que sucede en los partidos más poderosos, con los que compone la alianza patronal registrada como Va por México.

El partido Movimiento Ciudadano también está bajo las órdenes de un solo hombre: Dante Delgado. Este veracruzano, tan bien visto en ciertos círculos mediáticos e intelectuales, lleva tres décadas en control de esa institución que se alimenta con dinero público, donde casi cualquiera puede militar siempre y cuando acepte que nunca podrá atentar contra el liderazgo forzado de su fundador, cacique y gran elector.

Y no es distinto, por cierto, que en el Partido del Trabajo. Es exactamente igual que Movimiento Ciudadano. Un solo individuo, Alberto Anaya, controla la vida interna y decide cada una de las candidaturas, sin permitirse que alguien interpele su poder o pretenda poner en riesgo un liderazgo que sostiene desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari. Y el Partido Verde lo mismo: es una de las más grandes aberraciones del sistema de partidos mexicano, es un molusco sin hueso cuya única virtud, y reconozco que no es menor, es saber escoger a tiempo la siguiente concha o caparazón adonde brincar para protegerse y seguir su vida parasitaria.

El PAN igual. Sucedió que Santiago Creel Miranda anunció que competirá por la candidatura presidencial de ese partido para 2024. Creel es el líder sin competencia desde que los calderonistas se vieron impedidos para mantener el control, después de una larga carrera de fracasos. Felipe Calderón no es alguien que gane elecciones, y por eso, aunque tiene adeptos, no tiene una estructura. En 2006 se robó la elección, en el proceso federal intermedio de 2009 llevó al panismo a su peor fracaso en la historia reciente y eso se ratificó en 2012, cuando Josefina Vázquez Mota, y por lo tanto el PAN, se fueron hasta un pobre tercer lugar y no tuvieron más opción que ceder la banda presidencial al peor PRI de todos, el PRI más hediondo: el de Enrique Peña Nieto.

La decisión de Creel ratificará, y es cosa de esperar los días, que los partidos no son entes democráticos por naturaleza, sino apenas instrumentos de grupos de intereses. Lilly Téllez y Margarita Zavala entenderán muy pronto que no importa estar más arriba que Creel en las encuestas. No importa lo que digan los simpatizantes del PAN porque muy pronto se darán cuenta que lo que construye una candidatura es la materia con que se fabrican las élites o, de manera más puntual, el panismo enterará que si se tiene control de la dirigencia se puede garantizar una candidatura aunque tenga todas las de perder.

A Creel, como a Felipe Calderón, le persigue su propia sombra: no gana elecciones. No es alguien que encienda las masas. Lo entendió tarde Vicente Fox en 2005, cuando intentó imponerlo como candidato. Creel perdió con otro que no era ni simpático ni tenía suficiente arrastre.

Morena todavía es demasiado joven para tener una estructura que mueva los hilos visibles o invisibles. Pero al final de cuentas se trata de una fuerza que responde a su fundador, Andrés Manuel López Obrador, que es quien le ha dado coherencia y por lo tanto, su opinión se convierte en ley. Curiosamente, el partido más joven será el que se destete más pronto de su líder indiscutible, porque apenas termine su mandato se irá. Y eso hará la diferencia frente al resto de los partidos si los mismos morenistas entienden como una virtud que ya no esté su fundador, y no dilapidan lo ganado hasta hoy.

La crisis de partidos y de instituciones electorales es, como podemos ver, profunda. Alguien con la cabeza fresca y muy distante de cualquier poder de facto debería estar pensando qué sigue para la democracia mexicana. Antes se simulaba esa “cabeza fresca y muy distante de cualquier poder de facto”. Ahora es difícil hacerlo. Pero se tiene que intentar, porque una crisis profunda se cocina en México y el colapso de lo que conocimos hasta hoy se acelera. Sí, algo tiene que pasar, y muy pronto.

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017).
Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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