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Apuntes sobre las políticas del cuerpo

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«El cuerpo es un reflejo de la cotidianidad de una época», afirman Jacques Le Goff y Nicolas Truong, en su libro Una Historia del Cuerpo en la Edad Media. En él, relatan cómo era concebido el cuerpo en aquella época en la que se asentaron las dicotomías que jugaban entre: lo humano y la naturaleza, dios y el hombre, el hombre y la mujer, la razón y la fé, la pureza y la impureza

Para ejemplificar las tensiones medievales de la corporalidad, dichos autores usan como referente al cuerpo de San Francisco de Asís: un campo de lucha entre el rechazo, la exaltación, la humillación y la veneración. Y cuentan cómo el religioso cometió dos actos de desnudamiento: el primero, frente al obispo, su padre y su abuelo, para demostrarles su compromiso de desprendimiento del mundo material. El segundo, orando desnudo en una catedral, para «seguir desnudo a Cristo desnudo». En el primer acto, el cuerpo desnudo ejemplifica el rechazo; en el segundo acto, el cuerpo desnudo es vehículo de veneración.

¿De qué manera la influencia de San Francisco de Asís (y su cuerpo) sigue presente en nuestras sociedades? Quizás los preceptos políticos, tales como la «austeridad republicana» del gobierno federal sean un ejemplo y, más allá, está el gen de la caridad que distingue a las sociedades hispanas frente a las sociedades protestantes que estudió Alexis de Tocqueville en obras como La democracia en América. Recordemos que, desde su llegada a la Nueva España a principios del siglo XVI, la orden de los franciscanos descalzos fue una pieza fundamental en la configuración de las sociedades novohispanas.

Pero de vuelta al tema de lo corporal, si como dicen Le Goff y Truong, el cuerpo es un reflejo de la cotidianidad, ¿cuáles son los gestos corporales que distinguen a nuestra época? Siguiendo las pistas del pensamiento de Michel Foucault, podemos encontrar múltiples respuestas; por ejemplo, con la noción de la biopolítica que dejó atrás los tiempos del soberano (el rey), que tenía el poder de decir quién vivía y quién moría en su territorio, castigando  y torturando cuerpos en la plaza pública. La biopolítica nació en el siglo XVII como «razón de Estado» que evolucionó hasta convertirse en algo natural en el siglo XVIII. En ella, los cuerpos y las poblaciones se convirtieron en objeto de cálculo y estadística para la administración de la fuerza productiva desde los saberes científicos.

Hace unos años, el filósofo camerunés Achille Mbembe fue más allá de la biopolítica y creó la noción de necropolítica, que ya no se preocupa por el «hacer vivir» sino por el «dejar morir». En ella, los cuerpos están reducidos al estado de objeto-mercancía y mano de obra desechable que ya no es necesario preservar. Ejemplo de ello son los cuerpos de los migrantes a bordo del tren de «La Bestia» o en las embarcaciones que cruzan el Mar Mediterráneo intentando llegar a Europa.

Lo anterior conecta con la necropolítica mexicana, en particular con el libro Necromáquina. Cuando morir no es suficiente, de Rossana Reguillo, que ofrece un análisis sobre el cuerpo en relación con las violencias de la «narcomáquina». En ella, dice la autora, «los «cuerpos desmembrados son cuerpos que han perdido su singularidad, como pasaba con los prisioneros en los campos de exterminio». Son «cuerpos anónimos que revisten de una dimensión ontológica en tres sentidos: se convierten en unidades de sentido común (cuerpos rotos, desarticulados); se transforman en universales (ejecutados del narco, muertos de la guerra), son cuerpos transformados en entidades abstractas (encajuelados, decapitados, encobijados)».

En tiempos turbulentos donde se busca una coordinación entre lo militar y lo civil para controlar la criminalidad desbordada, Ricardo Ravelo en su texto Narcoviolencia impune, expone el diagnóstico de Estados Unidos sobre la criminalidad y dice que el 30 y 35 por ciento del territorio mexicano está controlado por el crimen organizado. Es una guerra que, según el autor, «no sólo ocurre por el control territorial y el mercado de las drogas: ahora es por el control de grandes extensiones de tierras, la ganadería, la agricultura, la producción de leche a gran escala y la pesca».

En este contexto, reflejado en la película Noche de fuego de Tatiana Huezo, las violencias operan para la disolución de lo humano y por lo tanto de los cuerpos. De ahí que, volviendo con Rossana Reguillo, la apuesta sea por encontrar líneas de fuga, que radican en la capacidad de lograr articulaciones creativas en todos los planos: intelectual, artístico, crítico, periodístico, ciudadano, para «hacer visible, enfatizar el crimen ontológico, aquel que borra la singularidad en pos de una ganancia cifrada»; en otras palabras, recuperar al cuerpo como instrumento político para construir sentido, vinculante con los otros y con los ecosistemas.

David Ordaz Bulos

Psicólogo social. Maestro en Sociología Política por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Estudiante del doctorado en Creación y Teorías de la Cultura de la Universidad de las Américas Puebla.

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