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El acto mágico de la marometa

“Trazo primigenio”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

Rendija

Está rota la tubería de los sueños: frustraciones, miedos, deseos, se derraman por igual y ya inundan la realidad; convertido el mundo en una guerra psíquica interminable, con las armas de la virtualidad, se invaden los territorios de la mente, al pretender ofrecer el paraíso con la lógica del infierno: controlar, subyugar, oprimir, y arrasar con su imparable ambición y congestionamiento electrónico, el binomio estelar del Espacio Tiempo. Así, se altera y se dislocan las coordenadas de la existencia y su devenir.

Te digo caracol,

huella del ombligo,

innata sabiduría

del cuerpo;

invento de la rueda,

plástica exposición

de la circunferencia;

agudos cálculos

de la curvatura;

al rasgar el viento,

también el arco

y la flecha.

Circulo de fuego,

despliegue del coro;

móvil pizarra de la danza;

gimnasia de la libertad,

su primer ejercicio:

la marometa;

soltura de la soledad,

lúdica exploración

de los vocablos:

la confianza primaria

al saltar

la imaginación

a ras de tierra

su dictado;

resistir la fijeza,

ser voz de presagios.

Descubrir los ángulos,

al rodar y rodar

entre las primeras horas

y la última;

cuando pasa todo

y nada pasa.

La vital infancia

de la marometa;

su memorable acto

de sabiduría,

en un instante:

magia;

una vez más

el tronar de dedos.

Lo saben los luchadores en el ring;

las conchas del mar en su ulular,

el soplo atemporal del chamán,

su secreto ritual

en la frontera de la memoria;

los danzantes en el atrio;

los sufíes que indagan

la luz nocturna;

los ayatolás y los rabinos

custodios del grafiti celeste,

en el derruido muro de la obstinación,

su cúmulo de siglos en el desierto;

la alfombra arquitectónica de la arena

que presiden los sonrientes Budas

del inapelable nacimiento perpetuo,

ese anillo aquilatado en el más allá;

los rehiletes del domingo;

la rueda de la madeja;

esos rayos platinos de la bicicleta;

el cinturón de cráneos mexicano

de la despojada luna que retorna;

el cascabel de plata

que anida en el silencio.

Girar y girar

vertical y horizontal,

la dosis necesaria

del Vigía de la Fe

arropado

por la ciega eternidad,

cuando salta

la cuerda

de la mañana

al anochecer.

El tejido luminoso se extingue

y resta la oscuridad,

los pasos y huellas se pierden;

en la lejanía

deja de escucharse

la espiral del eco.

Una marometa más

antes de ir a dormir,

¿lo recuerdas?

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