Qué incógnita, querido lector. No sabemos qué va a ocurrir, obviamente. Pero sí sabemos que los próximos meses serán muy agitados. Nos encontramos todavía en un momento de relativa calma, antes de la tormenta. Me refiero a los tiempos políticos, y con ellos la vida de todos. Las próximas elecciones presidenciales y lo que conllevan, seguramente polarizarán más que nunca al país. Al menos, esa parece la trayectoria. El clima será tormentoso, si atendemos a las señales que ya están entre nosotros. El presidente está en campaña, claramente. No necesita decir explícitamente que la gente vote por Morena, para estar haciendo campaña por su proyecto político. La elección presidencial se va a plantear, desde la narrativa de la oposición y desde la gubernamental, como una elección excepcional. Desde el discurso opositor ya se le plantea no como una elección regular donde se elegirá un partido político, sino una en la que se “salvará a la democracia”. A su vez, el partido en el poder planteará la elección como una manera de “salvar a México” de los corruptos y criminales que gobernaron antes que ellos, evitando que regresen. Es probable que se convierta en una especie de plebiscito de la “cuarta transformación”, el proyecto del presidente López Obrador y su movimiento. Tal vez, desde la elección del año dos mil, no haya habido una elección tan significativa para el futuro del país ¿debe continuarse la “cuarta transformación” o debe regresarse al régimen anterior con los mismos que estuvieron ya en el poder y conocemos? ¿qué ofrecerán unos y otros?
No creo que vaya a haber novedades en las propuestas, querido lector. A estas alturas del partido, están definidos a grandes rasgos los proyectos. Sobre todo, porque López Obrador ha comenzado a definirle la agenda al candidato futuro, y al partido. Está muy claro que Morena buscará volver a ganar no solo la presidencia, sino el Congreso, para continuar con las reformas a las leyes y las instituciones y que el presidente será su más fuerte impulsor. Será pues, la cuarta y la última campaña presidencial en la que participe el presidente que fundó un movimiento y luego un partido que en un tiempo meteórico conquistó casi todos los estados de la república. No sabemos si lograrán arrasar como desean, pero sí podemos suponer que la popularidad y fuerza de López Obrador no tendrá rival alguno, ni entre sus propios candidatos. Es decir, aunque López Obrador no figurará en la boleta, muy probablemente la gente vote por su movimiento, animada por él y en defensa de él y que de lo mismo quién sea su candidato presidencial.
Para eso ha trabajado incansablemente durante el sexenio, mañanera tras mañanera. Todas sus diatribas, sus arengas, han estado dirigidas, desde el primer día, a que su proyecto político continúe una vez terminado su sexenio. Visto con perspectiva, no había reconciliación posible después de que llegara al poder, porque su fin no era gobernar exclusivamente, hacer reformas, sino cambiar el régimen. De allí, que uno de los pilares de su gobierno haya sido su política de comunicación: la pedagogía política llevada a cabo día tras día, durante los últimos cuatro años, todas las mañanas. El pleito irreconciliable con la oposición, con sus élites políticas, intelectuales y económicas le ha servido para legitimar no solo su gobierno, sino los que vienen. Año tras año, confrontación tras confrontación, ha ido apuntalando su narrativa y ninguno de los escándalos que le han fabricado han logrado evidenciarlo como corrupto o equiparable a quienes saquearon al país, sistemáticamente. Ninguno de los ataques a sus hijos, por razones más bien baladís, se ha vuelto un escándalo capaz de indignar a nadie más que a sus propios productores: periodistas y medios afines. Al contrario, si algo han logrado, es evidenciar que hay un grupo de empresarios y medios –los mismos- que siguen activos y continúan la guerra que empezaron en 2006 contra López Obrador. Las denuncias de Loret de Mola suelen ser bengalas que rápidamente se apagan ante su intrascendencia, caricaturas del trabajo que Aristegui llevó a cabo durante la corrupta administración de Peña Nieto: de la lujosa Casa Blanca, en la Lomas, denunciada por la periodista, a la casa rentada en Coyoacán por el hijo mayor del presidente, no queda nada de periodismo serio. La búsqueda continua de evidenciar a sus hijos como corruptos, lejos de ser eficaz, ha comenzado a aburrir a propios y extraños. Es probable, incluso, que si este grupo persiste en su vieja estrategia contra el presidente, burda y predecible, termine siendo contraproducente, como en el 2018.
Si al principio del sexenio emergió la impresión de que un nuevo periodismo crítico estaba naciendo con el nuevo gobierno, al final del sexenio descubrimos que fue un mero espejismo: es el mismo periodismo de consigna que antes, trabajando para los mismos intereses, actuando de maneras similares. No me extrañaría nada que en tiempos venideros el mismo grupo se lance a tratar de manipular a la gente con noticias falsas para incidir en las elecciones ¿harán una nueva “Operación Berlín”? No lo sabemos.
Lo irónico del asunto es que no se necesita de propaganda, fake news, de uno y otro bando, sino de crítica informada y seria. Muchas cosas podrían y deben criticarse con vista al futuro: cambios perjudiciales que se hicieron y deben corregirse, cambios que se prometieron y no se hicieron. No es necesario ir a hurgar en la basura del hijo del presidente sino poner en el centro de la discusión lo que está a la vista de todos. En fin, quién sabe, querido lector, qué nos depare el futuro; ya lo sabremos.
María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.