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Intelectuales – SinEmbargo MX

“Unos creen que la polarización del país es producto del discurso presidencial; están convencidos de que es obra de un político malévolo (…); los otros, que la polarización precede a este Gobierno, se gestó hace muchos años”. Foto: Galo Cañas Rodríguez, Cuartoscuro.

Qué problema, querido lector. Conforme avancen los meses, la lucha por el poder presidencial va a poner el clima color de hormiga, de las redes sociales, del debate público y de los medios. No va a ser fácil, la verdad, transitar ese tiempo sumidos en narrativas maniqueas. Todo se enrarecerá más de lo que ya está enrarecido, tomando en cuenta que la campaña de presidencial anterior nunca acabó. El Presidente López Obrador decidió que el ejercicio de Gobierno se encabezara como una campaña bélica contra el status quo anterior, sin tregua. En los hechos, la campaña solo se trasladó a las mañaneras, en el Palacio Nacional, desde donde se ahondó la polarización del país a través de su pedagogía popular ¿qué hubiera pasado si el Presidente no hubiera creado esa política de comunicación? Hay quienes creen que eso habría debilitado la posición del Gobierno frente a los poderes fácticos, impidiendo el cambio y hay quienes creen, por el contrario, que habría fortalecido la democracia y sus valores. Yo no lo sé, querido lector. Mi bola de cristal no da para tanto porque a veces lo deseable teóricamente no resulta ser lo viable políticamente. Lo que sí parece verdadero es que son totalmente irreconciliables las visiones del país y de la historia reciente que tienen ambos bandos: los prianistas y los lopezobradoristas que se estarán disputando la narrativa nacional los próximos meses, de manera despiadada. No es una pelea asimétrica, aunque pudiera parecerlo, porque es una guerra entre poderes, gubernamentales y fácticos.

Por ejemplo, unos creen que la polarización del país es producto del discurso presidencial; están convencidos de que es obra de un político malévolo que siembra discordia todos los días con la implicación de que la gente es manipulable y estúpida; los otros, que la polarización precede a este Gobierno, se gestó hace muchos años, su origen es el descontento social por los abusos de la clase gobernante del pasado y sus élites.

Es realmente ridículo, ciertamente, que alguien pueda creer que la sociedad mexicana estaba muy contenta y no dividida desde hace lustros, como estaba. Solo quienes tenían el poder o se beneficiaban de él, pueden creerlo. Pero no solo es ridículo, es un síntoma de que existen dos narrativas mutuamente excluyentes, lo cual es una muy mala noticia si creemos que México es mucho más que dos facciones enfrentadas, porque implica que solo hay una posibilidad: la imposición autoritaria de una sobre la otra. Y es que vea si no, querido lector, las aventuras intelectuales de ambos bandos.

Primero, una presentación de una revista creada por intelectuales, ex profeso, para apoyar a la “cuarta transformación”, encabezada por el gobierno, en un foro público ¿por qué no? en la que los participantes del público asistente son ¡de los mismos miembros de la revista que se presenta! en la que claramente están controladas las participaciones: ellos mismos representan “al pueblo”, que habla y escucha, y se preguntan y comentan solitos. En la ceremonia, claro, la Jefa de Gobierno: muchos aplausos, está en campaña y hay que hablar del amor y el humanismo mexicano que, claro, los solícitos intelectuales han tratado de teorizar a partir de la ocurrencia del Presidente. Una revista que, según señala un miembro del consejo editorial, cree en la crítica al gobierno, pero solo si la hacen ellos, porque la crítica de “los otros”, es mera propaganda. Concluye, sin rubor alguno, que la crítica solo puede hacerse “desde dentro” y pasar por su corrección editorial, puede imaginarse. Luego, en el colmo del humor involuntario, otro miembro del consejo editorial (en su papel de público) pregunta cómo hacer para no convertirse en “una élite”, como los otros. O sea, no sea han enterado que funcionan como búnker ideológico de unos cuantos, muy alejado “del pueblo”, sobra decir. Son una élite naciente y por ello, inconsciente de su naturaleza tan cerrada como la otra, pero sobre todo, tan cercana al poder, como lo estuvo la otra. Es un fenómeno extraño, realmente, que no tengan ningún pudor en este punto. Intelectuales al servicio del poder, que abiertamente lo dicen, lo asumen. Y no es que los intelectuales orgánicos del pasado lo escondieran pero solían disimularlo. Total, que la crítica es imposible, se sabe, si se sirve al poder porque al poder no le gusta la crítica, la aborrece. Si es un poder esclerotizado, no solo la aborrece, la persigue.

Claro, es mucho más fácil ser crítico cuando uno milita en la oposición, digamos. Allí están los otros intelectuales, escribiendo y haciendo crítica feroz de este Gobierno como nunca antes la hicieron, los que solían acompañar al poder durante la transición democrática y legitimaban sus tropelías cometidas sobre los otros, sin rubor alguno: tenían los medios, las universidades, los contratos, la publicidad. Esos sexenios en los que solían darle su apoyo a los gobiernos y los gobiernos darles su apoyo a ellos. Esos no cantan malas rancheras, tampoco, aunque ahora aparezcan en su humilde papel de “ciudadanos”. Representan los intereses empresariales desplazados por este Gobierno, pero hacen encuentros en sus cotos de poder público, los que les quedan, como la Universidad, para preguntarse muchas cosas… entre ellos mismos. Se conciben plurales, pero son esencialmente facciosos, ni siquiera se dan cuenta: es como si confundieran la sala de su casa con el foro público. Era su país, de ellos; no extraña, pues, que sean quienes se asignen a sí mismos la noble tarea de enderezarlo de los bárbaros populistas, están acostumbrados. No son como los otros, ellos tienen tablas, tienen instituciones, no son tímidos, están acostumbrados a pontificar en múltiples foros: son casi un glifo sobre una piedra. Por supuesto, no necesitan escuchar ni debatir salvo con ellos mismos ¿a quién, seriamente, le interesa escuchar algo que no sea su propio estribillo? Son una forma refinada de la cultura priista: ellos mismos representan a la izquierda, al centro, a la derecha. Tienen sus membretes tatuados, aunque la polilla los haya devorado: todavía creen que sus majestades representan “a la izquierda” “al feminismo”, a “la lucha de derechos humanos” cuando el prian estaba en su apogeo y ellos pontificaban, mientras atacaban a esas chusmas de las plazas, desde sus columnas o sus programas “de análisis” de la TV. No, ellos no hacían propaganda del régimen: hacían algo más sutil: lo legitimaban: “no fueron violaciones, fueron excesos”, decían de las mujeres atacadas en Atenco.

Lo hilarante es que quienes lastraron a las instituciones, al país, pervirtieron a la democracia, se presenten ahora como sus salvadores “¿qué hacemos?” se preguntan entre ellos “¿cómo recuperamos al país de la inmensa destrucción lopezobradorista?” “¿por qué nuestra crítica no es escuchada, valorada y atendida como solía?”.

Visto este panorama, tal vez valdría la pena sugerirles, a todos, de una y otra filiación, que empiecen por hacer la crítica de sí mismos: no les vendría mal, si son incapaces de sentarse a escuchar lo que los otros, que no piensan como ellos, tienen que decir ¿no cree, querido lector? En una de esas logramos sobrevivir al año que entra…

María Rivera

María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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