Las tendencias sociales, económicas y culturales, así como los sucesos ocurridos recientemente en el mundo—y particularmente en nuestro continente—parecen demostrarnos el claro avance del gran capital global y la materialización de sus agendas en todas y cada una de las regiones del planeta. Es por ello que vale la pena siempre dar seguimiento a lo que dicen los líderes globales y los hombres de negocios más importantes del mundo en su reunión anual en Davos-Klosters, Suiza, que este año se llevó a cabo del 16 al 20 de enero (véase https://www.weforum.org/events/world-economic-forum-annual-meeting-2023). Escuchar, o mejor dicho, analizar los reportes sobre lo dicho en el marco de esa reunión del Foro Económico Mundial es de la mayor importancia, pues nos muestra las directrices de lo que sucede y lo que está por suceder.
En curioso darnos cuenta de cómo lo que ahí se dice tiene un impacto fundamental en la vida de todos los habitantes del orbe. Lo que a mí me parece aún más interesante es la sincronía entre las agendas de estos hombres tan ricos y poderosos y las élites políticas en el mundo en desarrollo. Para muestra de ello, basta un análisis somero de las tendencias en América Latina—y sobre todo en México. Los gobiernos progresistas en la región parecen seguir a pie juntillas los deseos de los hombres del dinero. La denominada “marea rosa” que azota nuestro continente con la elección de múltiples líderes que se autodenominan de “izquierda”—pero que son más bien “progresistas”—ha llegado como una bocanada de aire fresco para hacer realidad los sueños de los grandes Señores del capital. Estos últimos dictan agenda a los líderes globales del mundo subdesarrollado—o del Sur Global, como les gusta decir a los Señores de Davos.
Nuestros líderes progresistas elegidos a todo lo largo y ancho del continente—empezando en Canadá—hablan de la lucha contra el cambio climático, el desarrollo de energías renovables [eólica y solar principalmente; de esas que le gustan a la élite, ojo], igualdad de género, derechos de las minorías [ojo, no de las mayorías—aunque “defender derechos” siempre se celebra y es importante] y programas asistencialistas en el marco de un Estado grande y poderoso que se coronarían con el otorgamiento de “una renta básica universal”.
Todas estas bondades de un nuevo sistema económico—que significaría el fin de una era neoliberal y de la globalización como la conocemos hasta ahora—estarían sustentadas en la creación de nuevas tecnologías, autenticación biométrica y la emisión de monedas digitales gubernamentales. Y nada de esto es una teoría de conspiración. Todo ello se viene discutiendo en Davos, Suiza año con año. Sólo basta con estar pendientes de la cobertura sobre las reuniones anuales de este foro y las declaraciones de sus exponentes principales—en particular, las de su Presidente Ejecutivo, quien se expresa oralmente y escribe con claridad sobre estos temas.
Las aspiraciones de los líderes globales que se reúnen en Davos cada año parecen materializarse particularmente bien en nuestro continente, rico en recursos naturales necesarios para la transición energética (como litio y tierras raras) y el reordenamiento de las cadenas de suministro a partir de la reciente emergencia sanitaria mundial, la guerra en Ucrania y las guerras que vienen. Y los líderes latinoamericanos (también el canadiense y el estadounidense, por supuesto) parecen ser los empleados más dedicados y eficientes en la construcción de lo que se concibe como un nuevo ordenamiento de la geopolítica y el orden de nuestro mundo. Justin Trudeau, Joe Biden, Gustavo Petro, Luiz Inácio Lula da Silva, Gabriel Boric, Alberto Fernández, Luis Arce, el mismísimo Andrés Manuel López Obrador y hasta Dina Boluarte (quien asistió al Foro de Davos en 2022) comparten un mismo discurso y valores extrañamente similares.
El discurso que comparten los líderes políticos y los grandes empresarios de la región se centra en la lucha contra el cambio climático y la necesidad de una transición expedita hacia energías renovables. Dichas energías son desarrolladas por el Norte Global; son caras, no necesariamente “tan limpias”, serán subsidiadas por los Estados respectivos y dependen aún en gran medida de las energías no renovables. Para lograr esto—me refiero a la transición energética—se requiere de un cambio de paradigmas, un cambio de mentalidad (valores, identidades e ideologías) para avanzar y aceptar el cambio tecnológico a pasos agigantados y la redirección de la fuerza laboral (grandes migraciones) hacia las regiones que van a operar la transformación en el marco de un “nuevo acuerdo verde”.
También se requieren mayores controles sociales, que se lograrían a través del control de los datos biométricos, la “cultura de la cancelación” por motivos identitarios, la desaparición del dinero en efectivo y la digitalización de absolutamente todas nuestras transacciones y procesos productivos, y por supuesto, del avance de las fuerzas armadas en espacios antes reservados para el sector civil. Este es el verdadero “nuevo” progresismo, que se sustenta en lo que se concibe como la centralidad del progreso a través del desarrollo acelerado de la tecnología. Dicho proceso transgrede al ser humano mediante herramientas como la nanotecnología, la robótica y la inteligencia artificial.
Los valores básicos de la progresía coinciden perfectamente y avanzan las aspiraciones de la élite que se enriquece con este desarrollo y se aleja cada vez más de las mayorías, desdeñando y limitando la lucha de clases a través de un enfoque en la guerra cultural. Mientras se alimenta a los movimientos de extrema derecha que desprecian la razón y la negociación, y que se confrontan violentamente con la progresía radical, avanza una especie de dictadura tecnocrática que concentra cada vez más el capital en muy pocas manos. Ello sucede al tiempo en que el Estado amplía su control y sus funciones de la mano de las fuerzas armadas y procura para las mayorías una renta básica universal o políticas sociales de corte asistencialista, disfrazadas de socialismo [que al final garantizarían una mayor igualdad (pero en condición de pobreza)].
En este contexto, nuestro país parece ser pionero y líder en América Latina de la progresía internacional. Ciertamente, México parece avanzar los designios del gran capital mejor que muchos otros países del continente. El Presidente Andrés Manuel López Obrador parece sellar su compromiso con los grandes capitales transnacionales al cierre de la Cumbre de Líderes de América del Norte. Dicho compromiso se volvió patente después de su discurso en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Nueva York el año pasado y de su visita a la capital de Estados Unidos. El viaje a México del enviado presidencial especial para el Clima, John Kerry, señala (impone) al Presidente mexicano el camino a seguir.
Y el Gobierno progresista de López Obrador—al igual que el Gobierno de sus aliados progresistas latinoamericanos como Fernández, Boric, Petro, Lula da Silva y demás—dócilmente acepta la propuesta (impuesta) de transitar hacia el desarrollo de energías renovables en el marco de la agenda hacia el año 2030 de las Naciones Unidos y siguiendo las directrices de la Unión Europea y el Foro Económico Mundial. La reunión de los “Tres Amigos” en la Ciudad de México, los memorándums de entendimiento en temas de pueblos originarios, por ejemplo, así como la defensa de las mineras canadienses y el avance del Plan Sonora, nos muestran la verdadera y única cara de la progresía latinoamericana.
Y para que esta progresía reinara era necesaria la existencia de la extrema derecha mezquina o de una aparente victoria sobre lo que quedó del modelo neoliberal—destruido por la misma élite capitalista que decidió avanzar sus agendas ahora por lo que denominan “izquierda”. Así, el proyecto de Davos y su lenguaje no dista mucho de aquel de la progresía. En tanto que la sociedad lucha ferozmente sus guerras culturales y se “cancela” al adversario por motivos ideológicos (de izquierda o derecha radical) o identitarios, avanza la agenda de los líderes globales y los grandes hombres de negocios del Foro Económico Mundial.
Y dicha agenda se encarna en los líderes buenos de la “marea rosa”—en el caso de América Latina. Y algunos de estos líderes se confrontan con las fuerzas impresentables de la derecha radical. Pero no están solos, se amparan en las fuerzas armadas que parecen tener, en nuestro hemisferio, un gran aliado en el Comando Sur estadounidense (Southcom). En este sentido, parecen muy ilustrativas y pertinentes las palabras de Laura Richardson, Comandante en Jefe de Southcom, en una entrevista con Atlantic Council el 19 de enero del presente año.
Aquí, la General Richardson reconoce la importancia estratégica de los recursos naturales en diversas regiones de América Latina y el Caribe como el litio, las tierras raras, el petróleo, el oro, el cobre, la riqueza de la región del Amazonas y el agua, entre otros. Su discurso revela perfectamente los intereses de su país en nuestro continente. Vale la pena escucharlo; es una joya (aquí el video: https://www.atlanticcouncil.org/event/a-conversation-with-general-laura-j-richardson-on-security-across-the-americas/).
Así, como ilustra para un solo país el libro Venezuela, Política y Petróleo de Rómulo Betancourt, podríamos anticipar procesos similares de apropiación y extractivismo en el caso de los recursos estratégicos de nuestro continente. En el presente contexto entonces, también vislumbramos una alianza que va más allá de lo nacional (y que no reconoce fronteras) entre las empresas transnacionales de energía, los militares, los líderes políticos y las élites globales. Todo ello iría de la mano de la progresía, cuyos valores e ideologías tramposamente se disfrazan de izquierda, pero avanzan valores, identidades e ideologías que se alejan de la lucha de clases y son funcionales a la agenda de los Señores de Davos. La promesa de un “Gran Reinicio” anclado en el ambientalismo, el extractivismo y el asistencialismo parece venir aparejada con límites a nuestra libertad a través de la hipervigilancia de la tecnología y la presencia extendida de las fuerzas armadas.
Guadalupe Correa-Cabrera
Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora-investigadora de Política y Gobierno, especialista en temas de seguridad, estudios fronterizos y relaciones México-Estados Unidos. Autora de Los Zetas Inc.