Era previsible, querido lector. La Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que la emergencia por la pandemia ha terminado. México no se tardó en declarar el fin de la emergencia también. La pandemia, sin embargo, no ha terminado. Sencillamente, se normalizó. El virus llegó para quedarse y la aproximación política a la pandemia ya no puede catalogarse de emergencia, aunque el virus seguirá mutando, infectando a millones de personas, enfermándolas de manera crónica y matando a cientos de miles. Seguiremos experimentando olas de contagios, aunque no sabemos si serán más mortíferas o no, ni cuándo. El virus seguirá su curso natural, y quien no esté vacunado siempre estará en riesgo de desarrollar una enfermedad mortal: niños, adolescentes, adultos y adultos mayores.
En realidad, el “fin de la pandemia” es la asunción de que nuestra lucha contra ella fue un total fracaso y es un peligroso mensaje porque mucha gente creerá que ya no existe el virus o, peor aún, que ya no es peligroso y dejará de cuidarse. Es previsible que los países dejen de incentivar las medidas de protección y cuidado más básicas como son la ventilación, la limpieza del aire que respiramos y el uso de mascarillas, así como la vacunación que requieren de fuertes inversiones públicas.
Una enfermedad más, sencillamente, interpretarán, sin tener la menor conciencia de que, como la pandemia por el VIH, la pandemia por COVID excede la enfermedad aguda, sus manifestaciones se expresan meses y años después, en muchos casos, aún sin que las personas lo sepan o las relacionen con infecciones previas del virus. Secuelas que son atribuidas a la mala suerte, a malas rachas, o a llanos misterios para los cuales no hay respuestas, que sencillamente son tratadas de manera inadecuada. Enfermos que viven un auténtico calvario, porque los doctores aún no saben cómo tratar la enfermedad cuando el virus permanece activo, pero oculto, en el cuerpo humano causando estragos inflamatorios, desórdenes inmunitarios que pueden afectar desde el cerebro, hasta el corazón.
No es, pues, una buena noticia que la OMS haya mandado un mensaje que puede y está siendo leído de manera equivocada. Al contrario, es totalmente desesperanzador para aquellas personas que durante estos años se han cuidado rigurosamente o para quienes son más vulnerables al virus. La irresponsabilidad del mensaje los dejará más desamparados, y siendo víctimas de todos aquellos que minimizan los contagios y sus secuelas o del sector político y económico que no tiene entre sus prioridades cuidar la salud de las personas, gastar en la implementación de medidas sanitarias profundas, como hemos atestiguado estos años. Incluso, quienes hoy sufren de secuelas, y han desarrollado problemas de salud muy graves, que los mantienen discapacitados, estarán más expuestos a agravar su situación, porque es previsible que, ante la disminución de medidas de precaución, el riesgo de contagio aumente y su salud empeore. Cada reinfección daña el organismo de manera distinta y eleva el riesgo de que se desarrollen secuelas graves.
Ciertamente, querido lector, nos tocó vivir un tiempo anómalo y difícil. La primera fase de la pandemia, anterior a las vacunas, fue terrible por la pérdida de vidas, pero también porque descubrimos que las instituciones, nacionales e internacionales, así como los gobiernos, no están preparados para enfrentar un escenario como el que enfrentamos. Tardías e inadecuadas respuestas de la propia OMS causaron que un virus novel, muy peligroso, haya podido establecerse entre nosotros para siempre, lo cual es un gran fracaso. La implementación de una política salvaje consistente en que se contagie toda la humanidad, una y otra y otra vez, sin importar las consecuencias y que se mueran los débiles, también.
Que no lo engañen, querido lector, con el mismo cuento: ni las vacunas, ni los contagios lograron la anhelada inmunidad de rebaño: todos, periódicamente, seremos susceptibles de contagiarnos una y otra y otra vez. No existe la inmunidad duradera la COVID y por ello, mucha gente desarrollará secuelas, las olas de contagio seguirán sucediendo. En México, además, no sabemos cuáles van a ser las pautas de vacunación en un futuro y si las autoridades decidirán seguir en su decisión de no comprar vacunas bivalentes, obstinados en usar una vacuna que durante tres años no estuvo disponible. No se necesita ser un adivino para entrever lo que va a ocurrir: las personas, durante su vida, adquirirán una y otra vez el virus. Las consecuencias de estas continuas reinfecciones las conoceremos las próximas décadas, conoceremos la verdadera pandemia “post-pandémica”.
No, no era, no es y no será nunca una gripe, querido lector. Por eso, y porque así como el virus está y estará entre nosotros, mutando, también está en nuestras manos seguirnos cuidando, no abandonar el aprendizaje de estos años. Seguir usando cubrebocas en espacios concurridos y cerrados, ventilar los espacios, preferir exteriores para socializar, hacerse una prueba en caso de tener síntomas, vacunarse, son y seguirán siendo medidas indispensables. Esa es ya nuestra nueva y permanente normalidad, querido lector, si no queremos perder la salud, y hasta que no exista una vacuna que evite el contagio de la enfermedad. La otra, la que tuvimos hasta hace tres años, nuestra despreocupada y feliz normalidad, terminó definitivamente, cuando la COVID surgió en el mundo. Negarlo no le sirve a nadie, salvo a políticos y gobiernos incapaces; no a usted, no a mí, querido lector.
María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.