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Vivir en Juárez en la eterna incertidumbre

Soldados mexicanos montan guardia afuera de una prisión estatal en Ciudad Juárez, México, el domingo 1 de enero de 2023.
“17 muertos, 10 de los cuales son custodios asesinados a mansalva, por el comando que vino a rescatar a su líder y 29 internos más que se fugaron porque estaban en el plan o aprovecharon la oportunidad”. Foto: Christian Chavez, AP

A finales de 2007 empezó una confrontación dentro de los cuerpos de seguridad que trabajaban en la ciudad, los ciudadanos empezamos a notar que las amenazas públicas que intercambiaban, venían a modificar la aparente calma, en la cual transitaba la sociedad juarense.

Luego en enero del 2008, se inició evidentemente la confrontación en el interior de los cuerpos de seguridad con una serie de asesinatos a personas que tenían fama de algún involucramiento con grupos del narcotráfico, o al menos así lo presentaba la prensa, en enero y febrero de aquel año, se elevó la cifra de homicidios, por arriba de los 50 mensuales, eso rompía con los estándares de 15 a 20 homicidios por mes.

Y empezó la incertidumbre, en marzo el Ejército inició el Operativo Chihuahua con más de 100 homicidios por mes y de ahí para adelante; la guerra de Calderón había llegado a Juárez.

Fueron cinco años de muerte que debilitaron profundamente a nuestra sociedad y que coincidió con una reducción dramática de los puestos de trabajo en las fábricas maquiladoras. 

Aumentaron los secuestros, las extorsiones a comerciantes, ejecuciones a personas que se negaron a pagar la cuota, incendios y expulsión de vecinos de pueblos del valle de Juárez y de colonias de esta comunidad.

Se acabó la vida nocturna y estuvimos encerrados por la incertidumbre hasta finales del 2013. En esos cinco años fueron asesinadas más de 10 mil personas. La ciudadanía soportó además la agresión de los militares que comandaba los generales Juárez y Espitia. Miles de juarenses sufrieron violaciones graves a sus derechos humanos, pero finalmente, cuando empezó a bajar la violencia, esta ciudad empezó a recuperarse, con actos delictivos superiores a la media nacional, pero con mucho menores a los de estos seis años de terror.

Poco a poco, empezamos a recuperar la confianza los juarenses, había dos versiones para explicarla, la oficial porque se habían detenido a los delincuentes, otra la de los grupos delictivos porque “ya no había a quién matar”.

Así paso a paso con timidez primero, con seguridad después, la vida en esta frontera regresó a cierta normalidad. Hasta 2016-2017, que los crímenes volvieron a incrementarse, pero con una notable diferencia, ya no lucharon por la plaza para controlar el trasiego de droga, ahora peleaban vendedores de barrio por su esquina o por ajustar cuentas con quienes habían agredido durante la guerra a sus familiares, y otra vez los homicidios superaron los mil por año.

Y aunque menos impactados, otra vez volvimos a vivir con cierto grado de incertidumbre, llegó la COVID y acostumbrados al encierro, lo resistimos con estoicismo, pero el tiempo había corrido no sólo a nuestro favor, sino también para los jóvenes que eran niños hace 10 años y ahora superan los 20 y están en plena madurez física heridos en el alma porque el Gobierno del estado y federal los dejaron rumiar a su rabia y su frustración en soledad. 

A mediados del 2022 se encendieron las alarmas cuando un ataque exterior contra el Cereso y una noche de terror que produjo 11 muertes inocentes ajenas totalmente a lo que estaba sucediendo en el penal, furia que vino incubándose ahí, sin que la sociedad pudiera advertirlo. La corrupción alcanzó en ese lugar niveles inconcebibles. El control del penal quedó totalmente en manos de los presos con la complicidad o al menos complacencia de los operativos de vigilancia y la figura meramente decorativa del director del penal.

142 días después de aquel 11 de agosto, regresó la angustia, el temor se establece de nuevo en esta ciudad.

17 muertos, 10 de los cuales son custodios asesinados a mansalva, por el comando que vino a rescatar a su líder y 29 internos más que se fugaron porque estaban en el plan o aprovecharon la oportunidad.

Ahora volvemos a sentir aquella sensación de inseguridad, volvemos a preferir la televisión del hogar  a cancelar citas para tomar el café, comidas con sus amigos, paseos con los familiares, no sólo nos preocupa que caminen por la calle, 30 consumados agresores, sino que nos preocupa más lo que no sabemos que pueda estar pasando. Porque desde luego que ese problema tan profundo en el penal, no se va a resolver rompiendo el eslabón más débil de la cadena, al director, ni trasladando 130 reos peligrosos a otros penales. Otra vez la sensación angustiosa, “debajo de este aparente caos hay un completo desmadre”. Juárez es otra vez presa de la incertidumbre. 

Gustavo De la Rosa

Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.

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