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La congruencia, contra todo, Miriam Cahn

No es fácil ser congruente en una época en la que las opiniones varían a velocidades vertiginosas y en la que el escándalo construye héroes y villanos de un día para el otro. En el arte vivimos una era del espectáculo que recurre a la maledicencia como método de promoción; el mercado es quien premia y castiga, no importa si los temas son incómodos o no. El sesgo de “digo la verdad, confronto, denuncio” es ya una moda. Salpica y embarra momentáneamente, pero no llega a calar lo suficiente como para cambiar al mundo. Se asume que hay que ser honestos, pero nunca comprometerse del todo.

La denuncia es “útil” a condición de que solo lo sea un poco. El cliente (coleccionistas, museos, galerías) apremia, y ser demasiado explícito en las demandas pone en peligro la comercialización de la obra. Desde esta perspectiva, ser capaz de una postura vertical y un juicio certero, cuestionar y exhibir la verdad “verdadera”, dejar de mirar solo desde la superficie, son algunos de los atributos y amplios derechos que se ha tomado Miriam Cahn (Basilea, 1949) y que, como artista, ejerce todos los días. Su obra incomoda porque no le interesa crear relatos que aparenten, al contrario, va hasta el fondo, es incisiva, mordaz y en muchos momentos casi apocalíptica.

La artista suiza nos ha convertido en testigos mudos, impotentes, de una enorme cantidad de actos injustos y reprobables, sin colocar un tamiz, a rajatabla, sin pudor alguno. No hay manera de evadir la rabia con la que expresa en cada lienzo las sombrías atmósferas que, unas veces evocan un paraíso que jamás se habitó, otras el infierno que somos. Imposible extraviarse en la primera mirada de cualquiera de sus cuadros. Enormes campos de color, imágenes que podrían aparentar serenidad, escenas evanescentes que de inmediato nos asfixian en pasajes abominables, la condición humana en su rostro más aterrador. La práctica de Cahn es un ejercicio de tabula rasa, un acto de balanza permanente delante de los abusos de los hombres, de los sistemas, del poder.

“Enormes campos de color, imágenes que podrían aparentar serenidad, escenas evanescentes que de inmediato nos asfixian en pasajes abominables, la condición humana en su rostro más aterrador”. Foto: Especial.

Rostros borrados, genitales exhibidos, acciones trasgresoras, cuerpos mutilados, el dolor manifestado sin narrativa, sin una historia precisa. La incógnita que nos petrifica delante del acto prohibido, ese en el que solemos voltear la cara para no ver; el que incita nuestro morbo, pero por el “buen gusto”, preferimos dejar pasar: “para qué le buscas, si no hay remedio”. Miriam Cahn es la inquisidora, la justiciera feminista, la radical en una era en la que se impide al radicalismo embarrar la monstruosidad de la que somos capaces. Intrínsecamente ligada con sus temas: la exclusión de los de abajo, el racismo, las tragedias de los migrantes, el machismo, la violencia -especialmente en contra de las mujeres-, las imposibilidades físicas, psíquicas y anímicas. La pintora lleva sesenta y dos años como una combatiente de la guerra de hoy y de las otras, las del pasado y las que vengan.

Usando su cuerpo como un acto permanente performático, pinta con los ojos cerrados sometiéndose a los más duros procesos, no más de sesenta minutos para terminar cada obra. Si el dolor es demasiado se tira en el piso y continúa. De esta forma se ha convertido en una especie de nómada constante de los medios a su alcance: pintura, escultura, fotografía, escritura, video, dibujo al carbón, fotocopias, instalación; formatos gigantes y pequeñísimos, series que perturban y que a nadie dejan indiferente.

Todo es importante. La frontalidad de Cahn consiste en ofrendar su cuerpo como vía de pensamiento universal. Auto transgrediendo-se, ritualizando-se, sacrificando-se. Ella siempre. La mujer robusta, la de pelo a rape, la de actitud retadora delante de quien la cuestione o cuestione su obra. Es la misma que aparece sin rostro; que impúdica ofrece su sexo como aquellas diosas ancestrales que han sido laceradas por un arma masculina; igual muestra los restos menstruales que el momento posterior a una violación.

“Usando su cuerpo como un acto permanente performático, pinta con los ojos cerrados sometiéndose a los más duros procesos, no más de sesenta minutos para terminar cada obra”. Foto: Especial.

Ese dolor auto infringido le permite afirmarse y convertirse en todas nosotras, las otras. Vaya manera de manifestar el feminismo en su más agónico aspecto. El de un género que sin mostrar resistencia se deja dominar. Por ello ha levantado la indignación y el reclamo en más de una ocasión. El arte es lo mejor del ser humano y debe ser utilizado como un arma del bien, ¿quién quiere ver más allá de lo establecido por las buenas conciencias? ¿de lo permitido por los cánones? Por eso molesta Cahn y de eso trata su arte. Poner entre la espada y la pared a cualquiera que crea que el dolor humano es solo cuestión de retórica y de ciertas situaciones lamentables que pudieron evitarse, pero que no marcan la naturaleza humana que es “buena”. Por eso no dejarse manipular e ir hasta las últimas consecuencias. Contra todo, contra todos.

Cahn es un antídoto que nos vacuna en contra de lo mustio y de la hipocresía al evitar las anécdotas lucidoras; nunca instruye ni alecciona. A pesar de la luz en cada lienzo, de lo diáfano de sus escenas, de su claridad de pensamiento, no nos permite perder el tiempo en enseñanzas innecesarias. No hay nada que aprender. Por eso deja fuera los clichés o las circunstancias inmediatas para reflejar lo trascendente.

Arquetipos del dolor humano, construidos con una maestría pocas veces vista en la pintura. Y vaya que podemos dar cuenta de actos valientes como los de Gerhard Richter y sus escenas de la cárcel, extraídas de los diarios del caso Baader Mainhoff; o la obra contundente de Marlene Dumas que nos exhibe sus relaciones íntimas y procaces; o Luc Tuymans, hábil como nadie para encuerar la banalidad del mal a través de su fantástico painterly.

Pero Cahn deja a todos los anteriores callados porque parte del punto donde ellos marcaron el límite. Lo rompe. Para ella la pintura es mucho más que un gesto estético o una necesidad del artista de expresar y crear un estilo. No hay estilo en su genial modo de hacer. Usa a la pintura de la misma forma que podría usar otro medio para mostrar la maldad que subyace en todos y que vivimos para ocultarla. Ese instinto que reprime la humanidad, Miriam Cahn lo vuelve tangible. Visibiliza nuestra parte más oscura, con planos en negros imposibles. Por eso es escandalosa, por eso agrede a los farsantes.

Y esta vez se trata de Fuck Abstraction! exhibida dentro de su retrospectiva en el Pallais de Tokyo de París. Enorme en coloridos que nos remiten a Rothko o tal vez a Scully, melancolía que nos podría dejar en un estado de contemplación. Pero es ahí donde irrumpe la corpulenta figura masculina sin rostro, que somete a dos figuras femeninas, infantiles, frágiles. Mientras una arrodillada y maniatada, le practica una felación, la otra es detenida por la cabeza. Se acusa a la autora de promover la “pedopornografía”. Las buenas conciencias decidieron, con indignación, invadir el territorio del arte y mostrar su poder. La extrema derecha se toma seriamente el papel de censor y demanda frente a los tribunales a la obra y su autora. El escándalo presiona a tomar posturas, a juzgar y a condenar.

Pero esta vez, por suerte, el arte triunfa en su lucha por enfrentar los temas. La respuesta del juez ha sido contundente: “la obra hace referencia a la manera en la que la sexualidad es utilizada como arma de guerra” y, poco después, agrega “no puede ser entendida fuera del contexto del trabajo de Miriam Cahn que busca denunciar los horrores de la guerra”.  Sin embargo, la argumentación desde la derecha continúa con la advertencia sobre los daños que puede causar en quienes visiten la exposición, especialmente a los niños. Hasta hoy, más de 450 mil personas, han asistido a la muestra.

Actualmente, Miriam Cahn se encuentra en una lucha por recuperar gran parte de su obra vendida y exhibida en el museo de Zurich. La misma institución que acaba de adquirir la colección Bührle, obtenida por la venta de armas a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Cahn encuentra inadmisible la convivencia de su obra con un legado asociado con el nazismo. La congruencia, contra todo, es su carta de identidad. @Suscrowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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