Rendija:
Todo este ruido que aturde a la cotidianidad pareciera ser en el fondo, el temor natural ante la desaparición. Un berrinche civilizatorio que apunta y advierte la debilidad sustancial de la cultura contemporánea, atenida a la exhibición permanente de sus satisfacciones: el endiosamiento de la imagen propia en su laberinto y exilio; la vorágine del ser en su desesperación oculta. El ruido es la firma de esta era, su marca. Retomar el silencio no solo es una necesidad, es el prana, el maná, el alimento vital; el espacio y el lugar, para que el tiempo de cada uno se exprese.
I
Una sirena vestida de nube
tiene el poder
de convertir al cielo
en mar.
Y aquí,
en la carretera,
testigos del parabrisas,
envueltos por la magia de su espejo
viajamos en estas líneas
blancas y amarillas,
de puerto en puerto
de puerta en puerta,
de ventana en ventana,
de tantos balcones, techos, azoteas,
queriendo tocar las alturas,
asentados
en lo más profundo del planeta.
II
Saber mirar a los lados
y no solo enfrente y atrás
no solo arriba y abajo.
Entender la sagacidad inherente de cada paso;
habitar esta esfera
desde sus múltiples vértices,
percibir:
la cadena de montañas no es tal,
es el ígneo estremecimiento
del colapso de la Luz
arropada por los vientos
del fuego interior.
III
Qué oración diseñaron los ingenieros
que todavía le llamamos camino,
y hasta vía corta,
al advertir el fértil cráter
que la voluntad del puente atraviesa.
A veces avanza,
a veces retrocede,
a veces da la vuelta:
laderas y costillas,
las costras de sus piedras,
el vapor de las hierbas,
el escarpado sentimiento
de estar solos y en compañía
en las veredas del ascenso
y los descensos;
del abecedario de los árboles,
el magnífico idioma de sus bosques
que incendiamos al enmudecer
ante la tala de la imaginación misma,
que cedemos sin reparo alguno.
IV
Esta carretera es una travesía
en las cúspides y hondonadas,
en las entrañas
del zigzagueo de sus hendiduras.
Cada prominencia,
montículo,
cumbre,
son palabras pronunciadas
en la piel,
en los poros
que oxigenan la tierra;
la succión de los metales
que inventan ciudades,
las esculturas vetustas
de calendarios silenciados.
Qué pena nuestra condición
de Ignorantes viajeros;
enmascarados como turistas
nos descubrimos;
buscamos un basurero
en la esquina
de la plazoleta del tiempo,
al dar por sentado
que ya arribamos.