El Partido de la Revolución Democrática fue una respuesta pacífica al gran fraude electoral de 1988. Nació como un instrumento de la sociedad para disputar por un cambio democrático progresivo y de fondo.
Fue el primero consistente en agrupar en un solo brazo partidario a la totalidad de las izquierdas mexicanas, la de raigambre nacionalista y revolucionaria, que abanderó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de la República, luego de concretar una ruptura disidente con el oficialismo del PRI de aquellos tiempos.
Formaron parte también los comunistas, en ese momento acuerpados en el Partido Mexicano Socialista de Gilberto Rincón Gallardo, luego de un largo proceso de unificaciones en el que estuvieron el Partido Comunista Mexicano y otras expresiones que sería prolijo señalar, y todo un mosaico de la izquierda revolucionaria y guerrillera que finalmente encontró el espacio electoral como esencial para la disputa por el poder democrático.
En su tiempo el PRD fue un partido que innovó, asumió el tema de la transición democrática, más allá de las concepciones estrechas de esta visión. Creció y resistió con apego a una ética política comprometida y congruente. Fue un partido, en ese tiempo, con órganos vivos, deliberantes, que elegía a sus dirigentes y a sus candidatos y que, nunca debemos perderlo de vista, en el despliegue de su lucha pagó una alta cuota de sangre a manos del salinismo.
De todo esto quiero resumir tres o cuatro aspectos, a mi juicio de gran interés.
El carácter cívico de instrumento de la sociedad para competir electoralmente. No fue un partido surgido en los márgenes de la sociedad, sino al calor de una gran movilización que marcó la ruptura del partido hegemónico. Esto lo digo porque los que se posesionaron del partido están hoy de espaldas o en contra de este origen.
Luego viene algo no menos importante. En 1988 y 1989, al igual que ahora, existía una legislación electoral rígida que desalentaba la ágil formación de partidos políticos. De sobra está decir que el priismo tuvo en la legislación electoral el instrumento idóneo para cerrar la puerta a la vida democrática y formación de partidos políticos, encargándose el corporativismo de aniquilar al ciudadano.
En ese contexto, el entonces PMS, para obviar la fundación de un nuevo partido que iba a contar con mil obstáculos, ofrendó su registro, y ese gesto es importantísimo, aparte de honrado y consecuente con un viejo ideal de los comunistas mexicanos, que desde 1969 dijeron muy claramente que no era la voluntad del propio partido lo que los mantenía al margen de los procesos electorales, sino una consecuencia del anti democratismo del sistema imperante, como lo sostuvo en su tiempo Arnoldo Martínez Verdugo, el histórico líder comunista, en un informe del Comité Central del PCM, de octubre de 1969.
Bien miradas las cosas, no queda duda de que tras la obtención del registro del PCM hacia fines de la década de lo setenta, es un patrimonio histórico que costó muchas luchas, en el que está el capital y la voluntad de miles de ciudadanos que lucharon por una apertura electoral y que, por tanto, no puede ser hoy posesión del grupo faccioso que encabeza al PRD en las personas de Jesús Ortega y Jesús Zambrano, los llamados “Chuchos”.
Es una obviedad que ese patrimonio está usurpado. También quiero decir que lo mejor del liderazgo perredista claudicó a su tiempo no fortaleciendo la obra fundacional del partido del 6 de julio. También está la mano destructora de Andrés Manuel López Obrador, que se sirvió de él hasta exprimirlo para tener su propio aparato, a su imagen y semejanza, en el que él es la única voz del coro.
Rumbo al 2024, no habrá más partido que los que hoy están registrados, y la oposición navega sin rumbo, carente de un programa, una plataforma y una narrativa que le dé credibilidad social. Su comportamiento “anti” no permite ver a favor de qué están y que además levante el entusiasmo ciudadano. Las historias del PRI, del PAN y del PRD no son una credencial consistente, respaldadas en un mínimo de orgullo ético. La democracia no se puede poner a merced de Claudio X. González, que más invierte en franquicias que en proyectos de cambio de fondo para consolidar la democracia y acabar con la penuria social.
De todo esto desprendo una idea, seguramente calificable de ingenua, pero no por ello menos viable: que la actual dirección del PRD entregue el registro que usurpa, lo ponga a disposición de la sociedad para que exprese, de manera renovada, lo que marcó el sello inicial de ser el partido del 6 de julio, el partido de la insurgencia ciudadana. Se puede hacer a través de una convocatoria a un congreso refundacional, corrector de un rumbo y reinicio de otro.
Un cambio así puede dar una vertiente distinta al proceso electoral del año entrante.
27 abril 2023
Jaime García Chávez
Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.