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Relatos del desasosiego – SinEmbargo MX

“La danza de la aparición”. Pintura: Tomás Calvillo Unna.

 

I

Estos verdes preñados de regocijo,

resisten un día más,

al asfalto que invade y amenaza.

El aplauso no se escucha,

solo se advierte la sombra

de los platanales,

la aspiración de sus hojas;

el racimo como ofrenda.

Destazado el bosque

con discursos de progreso;

deja esa ausencia

que las raíces y troncos anhelan.

Ya lo expresaba aquella pintura de los valles

ese paisaje intervenido por el ferrocarril,

ya no sería el mismo.

Los topógrafos

de las pasiones públicas

cortan el listón:

este crimen tiene más de 400 Kilómetros.

Recitar los nombres de los árboles

el apellido de sus especies:

héroes caídos,

dieron su vida por la tierra y el cielo;

y nadie pronuncia: Presente.

Ahí había un árbol

que imaginaba ser el mismísimo universo

con sus constelaciones, sus vías lácteas,

sus hojas cargadas de luz en las noches.

Había otro árbol

al que nombraban La Morada;

cuando alguien necesitaba paz

se recostaba bajo sus sombras.

Esas otras raíces

que aún reflejan el oro

eran del árbol conocido como El Mago

porque todos los de aquí,

guardaban sus secretos

en la corteza,

esa primera pizarra.

Aquel agujero es la huella

de la palmera,

donde los adolescentes

aprendían a danzar;

al descubrir

la fortaleza del círculo.

El ahuehuete,

si, el anciano mutilado,

nos dejó,

sin la brújula de sus relatos;

cuando solíamos al atardecer

sentarnos

bajo sus magníficas ramas y hojas

que el viento estremecía.

Aquel arbusto como la zarza

ardía bíblicamente

con las cigarras nocturnas

que asemejaban

la voz de los profetas heridos

que ya advertían

de la sequía del alma.

Si, estos hermanos menores,

no alcanzaron a esconderse del todo

y también fueron arrojados

sin miramiento alguno

junto al paso

cada vez más continuo de los tráilers.

y las circenses motocicletas

de la sobrevivencia.

II

Al detenernos,

descubrimos el balcón

un privilegio

al alcance de la mano.

Podemos contemplar

a cambio de olvidar

y saber desprenderse,

sin dar la espalda, sin renunciar.

Tomar la distancia necesaria

y entender los dilemas,

asumir los propios

y comprender los ajenos.

Es una puesta en escena

de la ingravidez;

un pequeño fractal del mismo planeta

pequeñísimo, ciertamente, pero suficiente.

En un solo lugar el universo,

la geometría de los órdenes;

el cuerpo que nos rige,

esa contención que es presencia;

la tertulia implícita de las cosas;

la trama del sonido,

la cápsula del espacio que lo define,

como una aparición en continuo proceso.

El balcón es un mirador que resiste,

escucha el más allá

en el cercano acá.

El desasosiego

que se filtra en esta era

adquiere claridad y distancia.

Un punto de fuga:

esos mil años y los siglos

son este segundo,

al inhalar y exhalar:

gracias, solo gracias,

que más

al aprender poco a poco

a contemplar,

este humilde arte

que no necesita

ni siquiera nombrarse.

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