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Una cámara de llanta ponchada

Vivimos un momento inédito en el México moderno: casi todos los poderes de facto han sido expulsados de los espacios que tradicionalmente disfrutaban dentro y junto con el Ejecutivo federal. El Presidente solía ser la cabeza de las élites (económica, mediática, académica, intelectual; incluso del legislador y del impartidor de justicia). Era más fácil, pues, alinearse hacia ese bando único. Ahora Andrés Manuel López Obrador los ha echado en masa y en masa, esos mismos poderes se han alineado a la oposición de manera pública.

Las élites económica, mediática, académica e intelectual se alinearon rápidamente a Carlos Salinas de Gortari y junto con el PAN y otros partidos paleros le dieron gobernabilidad después del fraude contra la izquierda en 1988. Y desde entonces, hasta 2018, estuvieron en Palacio Nacional y en Los Pinos. Fue un cogobierno. Porque antes, con el presidencialismo robusto y un PRI hegemónico, servían al Gobierno sin tutearlo y se servían de él. Eso ha cambiado dramáticamente en este momento histórico que refiero.

Las élites intelectual y académica de México han fingido suficiente tiempo una supuesta alineación con el pensamiento de izquierda. Pero a la hora de la hora no tienen duda en acomodarse en el bando de la derecha y ni cómo desmentirme, porque cada vez que se mueven un centímetro lo hacen por medio de desplegados y cartas públicas que avalan fraudes electorales y golpes antidemocráticos, siempre contra la izquierda. Básicamente se han puesto del lado de gobiernos que les han garantizado dinero y espacios de poder. Esa simulación ha terminado y no porque estas élites así lo decidieran, sino porque el Presidente determinó quitarles el tapete al menos dentro de las paredes del Ejecutivo federal.

En algún momento ese pragmatismo les iba a estallar en las manos. Era previsible. Y no porque se podía adivinar lo han tomado con mesura. Todo lo contrario. El enojo ha cegado a las élites intelectual, económica, mediática y académica al punto que han perdido capacidades. Una de ellas es la capacidad de cálculo. La molestia les condujo a medir según sus intereses y no de acuerdo con la razón. Entonces cada vez que crece la izquierda los sorprende. Eso ha acentuado su enojo y, creo, ese enojo lo han llevado a los partidos de derecha como PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano.

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¿Era buena idea fusionar tres partidos que (al menos en la teoría) estaban fundamentados en (y eran vistos como de) ideologías muy distintas? ¿Era buena idea que el electorado los viera como un mismo mazacote? Bueno, para Claudio X. González sí. Enemigo cantado de la izquierda; colaborador de gobiernos del PAN y del PRI; con excelentes relaciones –algunas heredadas por su padre– con presidentes de derecha y líder de un grupo de empresarios en guerra con López Obrador, Equis González hizo todo para reunir a la oposición. Le dijo no qué ofrecer, porque a la fecha no se ha redactado un proyecto de Nación, sino a quién odiar, ahora juntos.

Y allí van PRI, PAN y PRD, unidos por los prejuicios de ese grupo poderoso de empresarios, a sudar calenturas ajenas. Y allí van, unidos por un hijo del privilegio, dolido por la pérdida de poder, que apenas pocos años antes había impulsado políticas públicas desde adentro del Ejecutivo. ¿El resultado? No necesito darles más que uno de muchos datos: entre 2018 y a la fecha, la oposición que apadrina el empresario perdió más de 20 gubernaturas. Y perderá este año al menos el Estado de México, con números ridículos para el PAN y peores para el PRD, según todas las encuestas que se respeten. Y del PRI se sabe: enfrenta el colapso, su desaparición. Los dirigentes se abrazaron de una cámara de llanta ponchada en medio del tsunami. Ese era Claudio X. González. Pensando que los salvaría. Y allí están los resultados.

Luego, esos mismos partidos se declararon orgullosos en “moratoria constitucional”, sugerencia de un grupo de intelectuales. Decidieron frenar por prejuicios cualquier reforma que viniera del Ejecutivo sin siquiera analizarla. Es un NO, punto. Sin leerla, cualquier propuesta es un NO, porque tiene origen en alguien que consideran enemigo. Y no importa si beneficia a México; no importa si, incluso, aprobarla puede traducirse en un beneficio político para la oposición. Es un NO.

Los intelectuales querían demostrar a “López” que son poderosos, pero no midieron que arrastraban a la oposición a su propia tumba. Se aprovecharon de una oposición liderada por individuos de un nivel intelectual muy bajo y la llevaron a un destino que es conocido. Convencieron a los líderes de PAN, PRI y PRD de que era buena idea decirle NO a todo y hasta les dieron el nombre: “moratoria constitucional”. Pero era buena idea para ellos y, viendo los números, no lo era para ésos partidos. Una combinación de ceguera e ignorancia llevó a líderes panistas, priistas y perredistas a la luz que brillaba en el piso. Se lanzaron a ella. Era el odio de los intelectuales lo que brillaba sobre el fango. Comieron del fango. Y allí están los resultados.

Claro que Claudio X, González y las élites intelectuales y académicas capitalizan que los tres partidos –hasta 2018 mayoritarios– respondieran a sus intereses. Claro que salieron ganando y no tenían nada que perder. Querían dar una muestra de poder y lo lograron, con creces, impulsando un acuerdo histórico entre las tres fuerzas que habían gobernado el país durante décadas. Y movieron a las dirigencias hacia una resistencia. Pero la realidad es que era su resistencia. Intelectuales y empresarios no tenían más opción que enfrentar a “López” pero PAN, PRI y PRD sí tenían. Todos juntos se tiraron por el tobogán.

Una de las opciones de los tres partidos era entender que el mar lanzaba oleadas de cambio y que pararse frente al tsunami era tan imbécil como meter el dedo a una pistola para detener la bala. Perdieron barcos y perdieron dedo y mano. Y quizás pierdan lo que les queda. En cambio, las élites que los asesoraron mostraron su punto: que son poderosas, que son influyentes. Sí, muy influyentes pero nada responsables.

Claudio X. González, Héctor Aguilar Camín o Enrique Krauze no tienen que dar explicaciones. Los dirigentes de la oposición, sí. González, Aguilar, Krauze y sumo allí a Lorenzo Córdova y a otros opositores sí tienen el orgullo de levantar el puño para decirle a AMLO que se le opusieron sin importar el resultado. Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano, que perdieron el dedo, la mano y el puño, no tienen mucho qué levantar y deben explicar a las bases panistas, priistas y perredistas que han perdido todo. Las élites querían golpear al Presidente por su viejo encono y no ofrecieron a la oposición otra opción, una inteligente. La arrastraron al vacío.

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Ahora, que vivamos un momento inédito en el México moderno donde casi todas las élites dejaron los espacios que disfrutaban dentro y junto con el Ejecutivo federal no significa que estén desactivadas. A esas cofradías –económica, mediática, académica, e incluso la élite judicial– se les ha echado en masa y en masa se alinearon a la derecha para operar. Nadie las menosprecie. Nadie cometa el mismo error que cometieron las élites con AMLO: creían que podían derrumbarlo a punta de golpes y no sucedió. Para tirar a López Obrador, por lo que hemos visto, se necesita algo más que estar jodiéndolo todos los días pero lo mismo al revés: para desactivar a las élites se requiere algo más que atizarlas a diario desde la “mañanera”. Estas élites son demasiado poderosas como para darles la espalda. El momento es inédito pero nadie asegure, jamás, que no volverán.

La teoría dice que el regreso del péndulo es inevitable. Que una vez que toca el límite de izquierda vuelve casi con la misma fuerza a la derecha. ¿Y qué si apenas hemos iniciado el viaje hacia la izquierda y falta profundizar? Eso nos diría que después de López Obrador todavía faltaría un empujón para un regreso; que apenas empujamos el carro hacia el centro y se requiere ir más a la izquierda antes de que la gravedad nos regrese. Eso le da tiempo a la izquierda para corregir y retomar, ahondar en los cambios y mantener el vuelo que mueve el brazo del péndulo.

Los grupos de poder que han alineado a los partidos opositores y los han conducido hacia el fracaso pronto aprenderán de su error. Ya mostraron su punto; ahora deberán demostrar capacidad de discernimiento. Para entonces, la izquierda debe remontar sin caer en autocomplacencias. Las élites no están desactivadas y revirarán, y allí está la Suprema Corte para demostrarlo. Confiarse sería un error garrafal, de esos que tardan una o más generaciones en enmendarse.

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017).
Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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